Familia y escuela Capítulo 234: Conocimiento científico y conocimiento empírico

Se suele poner en extremos opuestos al conocimiento científico y al empírico; ubicándolos en contraposición el uno del otro aceptando al primero como el positivo y verdadero confirmado social y académicamente, encomendado su creación y difusión a las principales instituciones que, de manera metodológica, seria y formal lo inculcan y reproducen en las personas al educarlas y brindarles esa seguridad mediante un diploma o certificado que acredite que lo obtuvieron

Por su parte, el conocimiento empírico es tachado precisamente de algo que carece de validez comprobada, al obtenerse de manera espontánea y poco formal; en espacios y tiempos que carecen de una estructura y planeación rigurosa, incluso, mediante actividades cotidianas que no están destinadas para el aprendizaje.

Mientras que el conocer y aprender formalmente se hace mediante un método científico con pasos y etapas que llevan a un resultado objetivable y comprobable, el otro se adquiere con las vivencias y experiencias en donde se ponen en juego todos los sentidos y circunstancias diversas que ocurren de manera irregular, subjetiva y con productos que distan mucho de ser generalizables.

Tal parece que, al hablar de ambos, se hace mención de elementos duales y dicotómicos, los cuales existen de manera inconexa y con una separación natural, cual agua y aceite; con la seguridad de que se está comparando el cielo con el infierno, lo bueno con lo malo, lo aceptable y lo no permitido; lo seguro, programable y causal del éxito personal contra lo azaroso e improbable de que la experiencia personal sea acreditada y tomada en serio por la sociedad.

No obstante, ambos tipos de conocimiento “a la vuelta de la esquina chocan” y más adelante se vuelven a encontrar y van unidos por los caminos de la construcción de las enseñanzas y aprendizajes de contenidos, temas, situaciones académicas y de utilidad práctica para la vida, de forma tal que llega un momento en que la separación anunciada entre ambos, desaparece y se funde en cada persona a manera de su formación para la vida.

En efecto, ambos tipos de conocimiento conforman el bagaje y conjunto de saberes, heramientas, técnicas y maneras distintas de ser usados; porque, dependiendo de la situación, circunstancia y contexto en el que se desenvuelva y afronte el individuo, emplea lo sólido de un conocimiento científico además de lo experimentado de manera subjetiva con un saber empírico.

Incluso, de alguna manera, el conocimiento empírico es la puerta de entrada a situaciones formales y técnicas; es decir, la experiencia da inicio a la adquisición de conocimientos científicos, por ejemplo: aún sin ir a una escuela formal ¿cómo aprendieron a hacer operaciones matemáticas las personas que han desarrollado con éxito un comercio? o ¿de qué manera aprendieron las técnicas, mediciones y propiedades de la madera diferentes carpinteros?

Es un hecho, los aprendizajes mediante la experiencia son tan importantes como los de tipo científico, incluso, son indispensables al ayudar y complementar la formación integral de un individuo, sobre todo para aplicaciones cotidianas y de la vida diaria: “…a caminar se aprende caminando; a cocinar se aprende cocinando; a besar se aprende…”

Desde hace un buen tiempo, para la enseñanza y formación de personas, ya algunas instituciones escolares y familias, se han dado cuenta de la importancia de vincular la teoría con la práctica; el desarrollo de las situaciones formales y técnicas asociadas a prácticas cotidianas; el unir y complementar las ciencias duras con las ciencias blandas: la física, matemáticas o la química, asociada a la formación de valores o costumbres del lugar donde se convive.

La educación formal que hemos recibido otorgada por escuelas, autoridades, profesores y demás actores, está explícitamente fundamentada en el conocimiento científico; sin embargo, de manera velada, espontánea y hasta natural, las prácticas resultado de conocimientos empíricos, representadas por costumbres, acciones culturales, religiosas, festivas y hasta de sentido común, son cosa de todos los días al interior de los planteles y aulas escolares.

Tal pareciera que las escuelas se empeñan en demostrar su carácter formal mediante el asegurar que sus acciones se basan en formatos científicos, generando la sensación de que son “islas” apartadas de las diferentes realidades; sin embargo, al salir de los planteles, alumnos y hasta los mismos profesores, se sumergen en un océano de prácticas, acciones y formatos fundamentados en conocimientos empíricos; de hecho, los que egresan de alguna carrera profesional, nutren y se siguen formando empíricamente durante su práctica laboral.

El seguir afirmando la dicotomía entre ambos conocimientos divide y secciona a los individuos; mientras tanto, seguimos sin darnos cuenta que, en nosotros mismos, existen dos hemisferios cerebrales que dan cuenta de nuestra complejidad y de que perfectamente es posible y necesario, llevar el sentido de vida con ambas maneras de percibir las diferentes realidades en donde nos encontramos.

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