Tal pareciera que de manera popular se ha usado el término “cultura” aplicándolo a personas que tienen un estatus económico suficiente y que han tenido una formación escolar; sin embargo, esta palabra tiene su origen en el lugar más humilde, pero a su vez más significativo, me refiero al cultivo agrícola, el cultivo del campo.
A medida que el tiempo y el avance de las sociedades transcurrió, se fue transformando hasta comprender que se podían cultivar facultades humanas y es así como, desde familias y diferentes grupos sociales se comenzó a formar y transmitir conocimientos.
Es entonces que surgen las primeras escuelas, cuyo término derivado del latin: “schola” significa literalmente: “ocio” “tiempo libre” y es que en los tiempos en que se generan, era verdaderamente ocioso el estar en un recinto, sentado escuchando a alguien, mientras que en el exterior había personas trabajando en los diversos quehaceres de la vida cotidiana.
De forma asombrosa, todavía en nuestros tiempos existen personas que hacen completo honor al significado original de la escuela, al estar verdaderamente sin hacer nada al acudir a un plantel o estar al interior de un aula de clase, practicando a conciencia el ocio.
Dejando de lado el proceso escolar, tenemos que de manera paulatina, la cultura comienza a diversificar su ámbito de acción, hasta llegar a convertirse en todas las cosas que el humano ha creado, material e inmaterialmente: cultura del vestuario, de los alimentos, utensilios, construcciones, herramientas y demás formas materiales; cultura de las ideas, rituales, religiones, costumbres, valores y acciones cotidianas; cultura de diferentes disciplinas como la música, la danza, el floklore, la historia, la ciencia y muchos ámbitos más.
Es tal la amplitud del término que ya existe la contracultura, culturas subalternas, hegemónicas, residuales y masificadas; de igual manera encontramos prácticas centradas en la multi, inter y transculturalidad.
En este sentido, la cultura se ha convertido en toda una categoría en la cual se han adherido diferentes y múltiples conceptos, todos ellos desarrollados y desarrollándose por los humanos en los diferentes tiempos y contextos donde se coexista.
Si la cultura se ha diversificado y extendido a todos los confines sociales posibles, ¿por qué seguir insistiendo en vincularla solamente a la desarrollada en escuelas o en clases sociales en donde existe una estabilidad o suficiencia económica elevada?; de hecho, en esta perspectiva se usa de manera peyorativa, marginal y ofensiva adjetivos como: “inculto, iletrado, ignorante, analfabeto”; además usado en expresiones de exclusión: “¡Estás bien indio!”.
Queda claro que las expresiones anteriores son producto de una elitización de la cultura, la cual debería estar ya rebasada y es entonces que nos encontramos con todos aquellos actores de la producción, difusión y el consumo cultural; me refiero a padres de familia, maestros, comunicadores y quienes tenemos ante nosotros a personas que nos observan, escuchan y siguen presencialmente o hasta en redes sociales.
Se parte de una base: no existen individuos, grupos o familias incultas; todos y cada uno de ellos y ellas poseen un tipo, clase o forma particular de manifestar, poseer, adquirir, transmitir y reproducir cultura; a esto Bourdieu lo llamaba: “habitus” y consideraba que en todos los campos sociales existía una carga o bagaje cultural.
En muchas ocasiones, los propios individuos, familias o grupos sociales no se percatan que cuentan con una forma de práctica cultural en sus acciones cotidianas más simples, conocida como: consumo cultural y, ante este desconocimiento, olvidan también que cada práctica o actividad habitual de este consumo, se convierte en una lección efectiva hacia los demás, los cuales, en la mayoría de los casos, continúan con ese consumo, apropiándolo ya como una parte de su “habitus” y su personalidad.
Por ejemplo, tenemos el caso de los hogares en donde se tiene la precaución de revisar las etiquetas adheridas a los diferentes envases de productos alimenticios para confirmar su valor nutricional; o en aquellos donde revisan si la película, serie o programa difundido tiene contenido no propio para las edades de los espectadores; de igual forma en familias en donde se practica una cultura de la comunicación con base en el diálogo, comprensión y apoyo, además de poseer materiales que por acercamiento propicien la lectura en libros o revistas que aporten conocimientos proactivos.
También se consume, cual alimento chatarra, la cultura nociva en los hogares, cuando presos por conductas violentas, programación en medios y redes sociales cargadas de morbo o ante el consumo indiscriminado de sustancias que dañan la salud, se establecen formas de convivencia antisocial.
Fuera del hogar, tenemos un amplio consumo cultural formativo o nocivo, bien sea en grupos de convivencia o en lugares comunes, influyendo en todos sus participantes; incluso, en las propias escuelas en donde los docentes que critican el uso indiscriminado del celular y ellos mismos están “atrapados y tomados por el cuello” por estos aparatos, aún durante las mismas clases.
Todos tenemos un tipo específico de consumo cultural y éste se vuelve de manera contundente en una enseñanza efectiva hacia quienes nos rodean; por ello, debemos estar conscientes del consumo que realizamos.
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