Desde luego que cuando planteo el que se extrañe una buena lectura en un buen libro, me refiero no a esa que se realiza de manera obligada o “calzada a la fuerza” desde alguna actividad escolar o encomendada desde otras instituciones sociales; más bien, a aquella que es elegida desde los gustos, aficiones e intereses de cada uno.
No es que tache las lecturas encomendadas de negativas o malas, o que, mediante éstas, no se obtenga un beneficio y hasta un goce al realizarlas; el caso es que cuando alguien elige con toda libertad su tema, autor y el libro, está obteniendo un compañero de vida.
Comencemos diciendo que la lectura en general, es decir, aquella efectuada en cualquier medio impreso, según con datos del INEGI 2024, ha tenido una reducción puesto que para esa fecha, uno de cada 3 mexicanos no lee, con un 30.4 % de personas que no poseen el hábito de leer; además, aunque siguen siendo los libros el material más usado, su lectura se ha reducido en la última década pasando a consumir 3.2 ejemplares en promedio anual; en contraste, la lectura en medios digitales se ha incrementado 2.4 % y creciendo.
En lugar de ver de manera cotidiana y generalizada a las personas llevando entre sus pertenencias, incluso firmemente tomado en su mano el libro de su preferencia es suplantado por un aparato de telefonía celular; lo llevan los padres de familia, incluso en la hora de consumir alimentos, lo llevan los docentes, incluso a la hora de dar clase y así lo observamos en todas las actividades sociales y laborales.
Lo que debiera ser una enseñanza y fomento de una actividad formativa y cultural fundamental en la vida, motivada por la imitación al ver a padres, maestros y otras personas llevando o leyendo un libro, se ha transformado en el consumo, ciertamente tentador y maravilloso transmitido mediante una pantalla, de contenidos que, por lo general, son de apreciación fácil, ligera y no motivan la imaginación del espectador.
He visto en algunas escuelas los “rincones de lectura” o espacios para mostrar la biblioteca de aula, todos los ejemplares encerrados en gabinetes o encapsulados en bolsas de plástico, para no ser consultados o destruidos; de igual forma en muchos hogares no existe la presencia de algún libro, bien sea por los costos que representa o simplemente porque no existe la cultura y fomento de la lectura.
Al hablar de una reducción en la cantidad de lectores, estamos afirmando que están ganando terreno las producciones audiovisuales, las cuales llenan los espacios dedicados a la lectura proporcionando, de una manera maravillosa toda la información lista para su consumo, diseñadas con todos los increíbles formatos y presentaciones que, literalmente, dejan asombrados a todos los espectadores por su calidad y diseño.
Sin embargo, al presentar todos los contenidos ya elaborados con esa calidad, se está, al mismo tiempo, colaborando a reducir la creatividad e ingenio que sin duda existe en cada persona, lo que era una característica del leer e imaginar todo lo que se repasaba con la voz o en silencio.
Se tomaba el libro y desde que estaba en nuestras manos y se veía la portada, se encendía la pantalla mental, esa que nuestra imaginación crea con calidad 4k y miles de pixeles, para comenzar a visualizar lo que las imágenes y durante la lectura de la obra elegida provocaba en nosotros; al activar esta función nos colocaba dentro de la acción, el romance, drama o aventura, mucho más que estar en primera fila cinematográfica de un espectáculo en 4DX.
Esta experiencia creativa nos lleva, aparte de activar nuestra imaginación, a recrear mentalmente, las acciones y personajes desprendidos de las hojas que vamos, en ocasiones ansiosamente volteando, para continuar y, después dejar en pausa, bien sea con un separador muy original y simbólico o simplemente con el doblez de una de sus esquinas, hasta nuestro nuevo ingreso hacia el interior de esas pastas.
Inevitable el imaginar a “El principito” en su colorido y pequeño planeta, creando su tono de voz diciendo: “lo esencial es invisible para los ojos”; qué decir de el imaginar el paso de Dante por los diferentes infiernos y los rostros de las personas confinados en ellos; o estar personalizando ese desventurado y trágico amor, sintiéndonos Romeo o Julieta, diciendo esta última: “La despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca”; o imaginar la llegada de Juan Preciado a Comala buscando a su padre Pedro Páramo en un lugar desértico en ruinas y habitado por fantasmas; lo mismo que imaginar a todos los personajes y situaciones que se presentan en el pueblo de Macondo en “Cien años de soledad”.
Es cuestión de reiniciar y regresar a la elección de ese libro como compañero de vida, porque los hay para todos gustos, aficiones y preferencias, repletos de imágenes o con frases que nos van a acompañar y dirigir por el resto de nuestros días; una vez elegido: tocarlo y llevarlo firmemente en la mano o bajo el brazo, buscar un lugar y hora adecuada, acorde con nuestra personalidad, relajación y contexto; sentirlo, olerlo, observarlo, leerlo como quien respira despacio y profundo, disfrutando de esa bocanada de aire fresco una y otra vez y sentirnos libres de avanzar o regresar a la página, frase, palabra o imagen las veces que queramos o cuando lo necesitemos.
“Ese día, al caminar por uno de los pasillos de la universidad, observé cómo un estudiante se encontraba en una banca ubicada aislada del resto de los demás alumnos, estaba absorto, teniendo entre sus manos un libro al cual no le quitaba de encima su mirada; al pasar frente a él, no pude mantener mi curiosidad y le pregunté ¿qué lees?, lentamente volteó y me miró contestando: El hombre en busca de sentido. No se dijo más, me alejé reflexionando sobre lo que el joven había elegido y pensando en la nostalgia que provoca el recordar lo importante que es leer un buen libro”
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