Cuenta Eduardo Galeano: “Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana”.
En efecto, la forma en que desde una vivienda se mira el mundo que está allá “afuera”, es a través de ese hueco, de ese espacio creado, entre otras cosas, para ello.
La necesidad de que en cualquier casa existan ventanas, no es solo para advertir lo que se encuentra fuera de ella, sino que cumplen varias funciones: las puertas de éstas se pueden cerrar, para no permitir el paso del frío, la lluvia, tierra u otros elementos que puedan dañar el interior de la vivienda; incluso generan la intimidad suficiente de uno de los espacios personales que todavía están vigentes y que hacen de una casa un hogar.
De igual manera, la ventana se cierra con muy buenos efectos, como un refugio seguro y cura para ciertos miedos e inseguridades, sobre todo para aquellos que les gusta la soledad y el aislamiento voluntario; para los que su espacio o su “perrera” como le llaman algunos, es un lugar de seguridad física y psicológica; incluso para aquellos que se encuentran resentidos con la sociedad y no quieren ver al mundo ni que éste los vea y optan por encerrase en su cueva sin ninguna rendija visible y con la solidez de sus muros.
También, se pueden abrir totalmente, “de par en par”, indicando con la inminente entrada del sol la llegada de un nuevo día, generando la esperanza y el compromiso por vivirlo; y claro, el ventilar el espacio y provocar que ingrese la luz y la renovación suficiente para ese ambiente.
Existen casas, en donde esos espacios ya no están dispuestos para hacer visibles las realidades solamente por los muros laterales; la curiosidad, la innovación, la inventiva y sobre todo la inquietud de ver más allá de lo normalmente establecido, hacen colocar ventanas en los techos, para que además de que, entre la luz del sol de manera diferente, seamos capaces de volver a mirar el cielo, las aves volar, las estrellas y la luna desde nuestro sillón favorito.
Lo menciona Jaime Sabines: “La luna se puede tomar a cucharadas… para los condenados a muerte y para los condenados a vida, no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas”.
Existen tantas variedades, como formas de pensamiento, actitudes y personalidades: ventanas de diferentes colores, hechas de diversos materiales, grandes, pequeñas, con y sin cristal; ataviadas con persianas o cortinas, con figuritas o adornos en su base, con reja y hasta con alarma electrónica que las proteja.
Las ventanas y las personas que las crean y hacen uso de ellas, son el ejemplo perfecto de lo que sucede con el proceso de educación y formación que desde las familias y escuelas se brinda; estemos conscientes o no, contribuimos a que cada individuo, tenga en su mente, en su actuar y en su vida, la creación de su propia ventana o ventanas, por las cuales ha de observar con su particular óptica el mundo que le rodea y actuar en consecuencia.
Después de que ellos comiencen con este proceso de construcción (algunos lo llaman: pensamiento crítico), comenzarán la etapa de generar su propio camino; y aun cuando todavía se les debería y se les podría estar ayudando, se tendrán que valer por sí mismos.
Es entonces que encontraremos a quienes deberán decidir sobre el número de ventanas que construirán, si las cierran o abren, en qué momentos abrirlas o cerrarlas, temporal o permanentemente.
Alumnos e hijos con la decisión de arriesgar, explorar, buscar, indagar e ir “más allá”; para lo que construirán múltiples ventanas, siempre abiertas, de diferentes colores y tamaños; y, sobre todo, en diferentes ubicaciones, que les permitan ver y llegar hasta lugares insospechados.
Hijos y alumnos que tengan una visión de seguridad y control de las diferentes situaciones, para lo que establecerán estrategias de cierre y apertura preestablecida, dependiendo de lo que se presente y siempre cuidando que los resultados sean los previstos, con riesgos controlados.
Alumnos e hijos con la perspectiva de cuidado excesivo y de no arriesgar en lo absoluto, encontrando seguridad en ser introvertidos y con una seriedad como tarjeta de presentación social; ellos mantienen la mayor parte del tiempo su ventana cerrada; pero una vez adentro, al sentirse seguros, desarrollan su potencial.
Como formadores y educadores, tanto padres de familia y maestros, no podemos permitir que en este proceso de conformación de la personalidad de nuestros hijos y alumnos, tengan únicamente la ventana que “otros” les imponen.
A propósito: ¿tu ventana cómo es? ¿pequeña o grande? ¿cerrada o abierta? ¿igual o diferente a la de tus hijos o alumnos?
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