Familia y escuela Capítulo 39: Ceguera

De acuerdo con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica 2018, el grupo poblacional de ciegos y débiles  visuales, representan la seguna discapacidad que más se localiza en nuestro país, solo por detrás del caminar o desplazarse por sí solo con sus piernas.

Existen esfuerzos notables por atender a las personas que no cuentan total o parcialmente con el sentido de la vista, aspectos como la movilidad con señales táctiles, auditivas y aparatos como bastones que guian a quien lo porta; en cuestión educativa, se tienen los esfuerzos por incluirlos a una dinámica ordinaria en las aulas de clase, con el método de lecto escritura Braille, así como libros y máquinas especiales para escribir con este lenguaje.

La modernidad y el mundo digital, también ha llegado a su alcance, habilitando desde teclados en computadoras y teléfonos, hasta múltiples aplicaciones, que hacen más sencilla y práctica la adaptación de ellos a la vida cotidiana; incluso, el arte, no solo en la creación de obras, sino también en la apreciación de ellas, con lo que se conoce como: “cine para ciegos” y “escultura para ciegos”

Es de reconocerse el gran esfuerzo de familias, instituciones educativas y de apoyo filantrópico que ayudan en su formación; pero, aún con todo ello, estos impulsos, resultan insuficientes y aveces hasta mínimos. 

Por fortuna, ellos cuentan con características que emergen y se manifiestan ante la carencia de su visión; y no me refiero solamente a la capacidad de compensación que sus otros sentidos logran, sino a las actitudes y habilidades como: su capacidad de adaptación, innovación y creación de formas para la convivencia en los espacios cotidianos para personas que cuentan con todos sus sentidos; la forma de encarar y darle sentido a su vida.

“…ya sabía que iba a tener entre mis alumnos de universidad a uno con ceguera, cuando lo tuve frente a mi, “me movió”, porque sentí inmediatamente la necesidad de aprender más sobre la forma de enseñarles. Ya durante el transcurso, me fui dando cuenta que estaba completamente adaptado a las clases de sus maestros, de hecho era tan natural su postura, sus reacciones, que si no supiera que él tenía esa discapacidad, ni lo hubiera notado …grande fue mi sorpresa cuando me enteré que se desplazaba desde un lugar lejano a la escuela usando el transporte público, sin necesidad de ayuda… ¿saben qué? no me da pena decirlo, en ese curso yo fui quién aprendió más, sobre todo que existen otros tipos de cegueras, que tenemos todos los que nos consideramos completos”

En efecto, existen otros tipos de cegueras que la educación integral, familias y maestros, debemos combatir; cegueras que, en muchos de los casos, nos impiden ver “más allá” de las reglas y formas impuestas en hogares, aulas, regiones y países; hacemos creer a alumnos e hijos, que lo mejor está en nuestros espacios (etnocentrismo) y que lo que está “afuera” y que no concuerde con nuestras ideas y formas de comportamiento, son contrarias a nosotros y por consecuencia: “malas”. 

Esta ceguera socio cultural, dio pié, entre otros múltiples ejemplos, a que en la primera mitad del siglo XX, un grupo de personas afirmaran que la raza “aria” era la que debía prevalecer y que el territorio que ocupaban era insuficiente en relación con su calidad racial, dando inico a lo que se conoce históricamente como la segunda guerra mundial, teniendo como una de sus múltiples consecuencias, el exterminio de más de seis millones de judíos.

En nuestro micro contexto, debemos estar conscientes que educamos integralmente desde nuestras casas y escuelas, desde nuestros medios de comunicación y redes sociales; pero esa consciencia debe hacer evidente que, en muchos de los casos fomentamos cegueras culturales y sociales.

De diversas formas fomentamos la segregación, la diferencia y odio:  por el color de la piel, por el aspecto y forma de vestir, por la preferencia sexual, por el nivel socioeconómico, por la religión que se profesa, por ser indígena o campesino y muchas formas más que hacen de su “ceguera sociocultural” su forma de vida y valores que fomentan.

Familias que etiquetan, critican y hasta molestan a sus vecinos; programas televisivos que incluyen personas con características de obesidad, muy altos o muy bajitos de estatura, color de piel oscura, sin cabello, homosexuales y más; todo,  para burlarse de ellos; y en el otro lado de la pantalla, televidentes que, en efecto, hacen escarnio de lo que pobremente una televisora presenta.

La educación que impartimos, nuestra educación de padres y maestros, debe liberar a nuestros hijos y alumnos de lo que Morin llama: “Las cegueras del conocimiento”; es decir, dejar de creer que lo que les enseñamos es el único camino y la única forma de vida; que la diferencia es la forma de mirar y clasificar a los demás. 

Como principio de la educación integral: soy único e importante y soy un ser irrepetible, porque los demás existen; “soy” porque estoy compartiendo un espacio y un tiempo con otras personas que, por el simple hecho de cohabitar conmigo, merecen mi respeto, porque si ellos no existieran yo tampoco sería único.

La ceguera sociocultural de partir hacia la diferencia, la comparación, la denostación, la minusvaloración; la no aplicación de los más elementales derechos humanos, entre ellos el derecho a una vida digna, debe erradicarse y sustituirse por una educación integral de inclusión y respeto.

Familias, escuelas, gobierno, medios de comunicación, tienen la encomienda de demostrar y fomentar el borrar esa ceguera y provocar el abrir los ojos hacia horizontes luminosos.

“No hay peor ciego, que el que no quiere ver”

Comentarios: gibarra@uaslp.mx