Familia y escuela Capítulo 41: Ciclos

Se denomina ciclo al “período de tiempo en el cual se desarrollan o suceden un conjunto de acontecimientos, etapas o fenómenos que, una vez finalizados se vuelven a repetir en el mismo orden de principio a fin”.

La naturaleza, sus fenómenos, los diferentes ritmos en que ocurren todas las cosas, sin duda que obedecen inexorablemente a ciclos: el nacer y el morir, el día y la noche, el florecer y marchitarse, el crecer y dar frutos, el girar en torno a nuestra estrella y volver al punto de origen.

Nuestra persona, nuestro cuerpo, como integrante de este mundo, obedece a sus reglas, lo mismo que todos los seres vivos. Tenemos etapas naturales muy bien delimitadas y precisas: nuestro ciclo vital está determinado en nuestro Ácido Desoxiribonucléico (ADN), la forma en que crecemos y “florecemos”, en que damos frutos, en que nos marchitamos y vamos lentamente muriendo; no hay forma en que nos escapemos de ello.

Casi por sentido natural y lógico, esta idea de llevar la vida enmarcada en ciclos, se traslada de los ámbitos naturalistas y biológicos hacia las actividades socioculturales y cotidianas; sin embargo, al implantarse con la misma rigurosidad y exactitud en las personas, en  su carácter de “humanos, demasiado humanos” (diría Nietzsche), definitivamente siempre está el riesgo de no concluirlos, sobre todo al aplicarse en seres con libre albedrío y con las posibilidaes infinitas de pensar y descubrir su libertad, como parteaguas de “lo diferente” y lo “social y culturalmente imperfecto”.

Queda claro que, justamente por esta imperfección de las sociedades y sus habitantes, es que se establece, desde la educación integral de familias y escuelas: reglas, formas de actuar y comportarse, enmarcadas en periodos y jerarquías; sin embargo, la misma imperfección destina a que buena parte de los ciclos se rompan, se cambien o simplemente no se cumplan. Veamos algunos ejemplos:

La edad, que desde diversos medios, estudios y portales digitales oficiales, proponen como la ideal para tener hijos es a los 25 años; es decir, el momento que el ciclo marca como propicio, biológica, social y económicamente, para convertirnos en padres, sería a esa edad. 

De acuerdo con datos del INEGI, tenemos que para el 2019 nacieron poco mas de 340 mil bebés, producto de mujeres entre 15 a 19 años; en tanto que hubo 8 500 nacimientos en madres menores de 15 años. En lugares urbanos el promedio de inicio de relaciones sexuales es a los 17 años.

En algunas zonas indígenas, este periodo cambia y se plantea de manera biológica y cultural: a la mujer se le establece como “la tierra” “la madre” y como tal, una de sus pricipales funciones es dar frutos; por tanto, apenas la adolescente ovula, se encuentra preparada para dar ese paso dentro de su ciclo de vida; mujer esteril, como la tierra que no sirve para cosechar, es relegada.

Por otro lado, un caso clásico son los ciclos escolares, los cuales pasan de niveles básicos a superiores, desde el preescolar hasta las escuelas profesionales. Tal pareciera que su trayecto es lineal, con los pasos exactos a seguir, con los años y edades en los que se deben cursar; sin embargo, estas periodicidades se ven fracturadas por diversas circunstancias; tenemos el caso de la generación de estudiantes que al ingresar desde el inicio de su ciclo educativo formal, debieron haber egresado como profesionales en 2019: de 100 que ingresaron a primaria, sólo 90 lo hicieron a secundaria, de éstos solo 70 a bachillerato y únicamente 38 a licenciatura (SEP).

Los periodos que en la naturaleza se cumplen perfectamente, en las personas no siempre ocurren así; tal es la impacto que causa en la sociedad, que a quienes no culminan los ciclos establecidos para las personas, se les llega a tachar de “fracasados”.

Gran tarea y propósito de las familias y escuelas se plantea al educar a nuestros hijos y alumnos, promoviendo la comprensión de que la exactitud con la que ocurren los ciclos en la naturaleza, no siempre se cumple de la misma manera en el transcurso de la vida social; dado que el éxito no se logra solamente al llegar y terminar el ciclo, sino en la forma en que lo logramos; incluso el plantear que los ciclos preestablecidos, son solo una de las formas de lograr llegar a nuestra meta.

De los ciclos más representativos en la naturaleza, después del nacer y morir, sin duda es el año solar el que más impacta en la cultura y hechos sociales cotidianos; La tierra tarda 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,6 segundos en su trayecto de rodear al sol; puntual a su cita.

Lo que no se puede calendarizar con exactitud, son los hechos que en ese lapso ocurren, puesto que suceden todos los acontecimientos personales, familiares y sociales que se pueda imaginar: terminaste o iniciaste estudios, te enfermaste y te recuperaste, pasaste del club de los solteros al de los casados, iniciaste un negocio, tuviste la fortuna de ser papá o mamá, alguien cercano a ti se adelanto en el ciclo vital y ya no está en este plano terrenal, acumulaste arrugas o manchas en la piel, llegó la pareja que esperabas o aún está por hacer su aparición en tu camino, lograste comprender a tus papás o ellos a ti, por fin tuviste la mascota que deseabas y un millón de cosas impredecibles más.

Es altamente probable que debido a esa acumulación de hechos, al llegar la finalización del año, ocurra en ese “humano demasiado humano” una pausa en el camino, para voltear y ver todo lo que en ese lapso vivimos, provocando un sentimiento de euforia, de júbilo, de nostalgia y hasta en algunos de tristeza y depresión; es el fin del ciclo, al día siguiente comienza nuevamente el conteo y lo que soñamos la noche anterior acerca del por – venir, empezará a manifestarse con la promesa de terminarlo.

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