“Sabia virtud de conocer el tiempo…”, así comienza el poema de Renato Leduc y que posteriormente se conociera popularmente, ya musicalizado, en la voz de múltiples intérpretes mexicanos.
El tiempo, su conocimiento y percepciones, son motivo de enseñanza en una óptica de educación integral, desde familias y escuelas, medios y redes sociales; no como una unidad de medición, sino como un marco en donde nos desenvolvemos y realizamos todas nuestras acciones durante la vida.
¿Realmente se logra conocer y entender al tiempo?
Creemos que lo tenemos a nuestra disposición y que, por el hecho de poder capturarlo, medirlo y distribuirlo en cantidades aparentemente exactas, en calendarios y relojes, lo tenemos dominado y a nuestro servicio.
Incluso nos damos el lujo de usarlo como unidad de medición en cronómetros, que marcan el inicio y fin de alguna competencia deportiva, alguna cocción de alimentos, aplicación de tintes para el cabello, mediciones de ritmo cardiaco, registro de entrada y salida para el control de los trabajadores, lapso de impartición de una clase, conteos de salida para naves espaciales y muchos usos más.
Nos sentimos amos y señores del tiempo.
¡Qué ingenuos somos!, no nos hemos dado cuenta o no nos hemos querido enterar, que el tiempo nos domina, nos tiene a su merced y dispone de nosotros; pese a nuestra férrea resistencia, es inútil, porque se ha encargado de “poseernos maléficamente” hasta volvernos sus esclavos.
Muestra su dominio, al romper nuestros más hermosos sueños, con el chirrido espeluznante del despertador y aunque nos aferramos a que esas imágenes creadas en nuestro cerebro no se borren, el chirrido inmisericorde vuelve al ataque y termina por desvanecerlas.
Se ha atrevido a asignar tiempos precisos en lo que debemos aprender, en una clase y en un aula, con los minutos contados; aunque, a decir verdad, mucho de ese tiempo realmente no se usa para ese fin; además, llega a tal grado su osadía que tortura a los estudiantes, los cuales, ante una clase aburrida, esperan larga e impacientemente su terminación o, en otros casos, la llegada del recreo.
Su poder está de manifiesto, al volverse “elástico y flexible”, ante los familiares que esperan que su ser querido deje la mesa de operaciones y salga del quirófano; éstos, impotentes, respiran con toda su fuerza para intentar hacer que esas manecillas del reloj “caminen” más rápido, pero es imposible, porque apenas voltean a verlo, solamente ha avanzado un par de minutos.
Nos apresura y vamos como locos para llevar a los niños a las escuelas y llegar al trabajo, so pena de no recibir el premio por puntualidad y hasta descuentos en el sueldo; hasta se atreve a apresurarnos y contarnos los minutos que usamos en almorzar o comer, como podamos y en donde podamos hacerlo; a tal grado llega su influencia que al provocar todo este estrés y el tipo de alimentación, es el factor predisponente, en conjunto con otros más, de la principal causa de muerte de los mexicanos, clasificada como: enfermedades del corazón (INEGI, 2019)
Su transcurrir dicta que nuestros comportamientos vayan cambiando, comenzando desde la niñez, con esa forma infantil de proceder; en la adolescencia y juventud con el desparpajo a veces irresponsable de nuestras conductas; hasta llegar al tiempo de la adultez, cambiando desde nuestra forma de vestir, de hablar y hasta nuestro rostro, convirtiéndolo en toda seriedad y fingiendo que nunca cometimos una estupidez.
En verdad, ¡vaya que somos ingenuos!; sin embargo, queda la posibilidad de pactar con él, es decir, no actuar siendo su esclavo, sino su socio; darnos cuenta que el ser y estar en, desde y a través del tiempo nos dota, mientras estemos vivos, de las oportunidades para que podamos realizar todas nuestras acciones de forma consciente; algunos lo llaman: uso racional del tiempo.
Esto es precisamente lo que se debe de enseñar: la pertinencia al hacer uso de él; el saber que, si voy a trabajar, estudiar, descansar y todas las actividades que desarrollo, incluídas las del ocio, entender que el tiempo asignado es justamente para ello; esto es, lo que se inicie y se desarrolle, se termine.
En términos proactivos, para la educación integral diversificada, es el enseñar desde pequeños a generar proyectos; desde los más simples y aparentemente “insignificantes”, hasta los más importantes, como sería el proyecto de vida; y todo de la mano de nuestro socio.
Tal parece que el entendimiento y conocimiento de la importancia que tiene el interactuar en y con el tiempo preciso, es cosa de madurez; sin embargo, el formar a hijos y alumnos en aprovecharlo y hacer uso de él, de forma racional y pertinente, es una encomienda que debe ser permanente.
“…ignoraba yo aún que el tiempo es oro, cuánto tiempo perdí, ¡ay cuánto tiempo!”.
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