Fe, esperanza y caridad

Llamar «el cuarto poder» a una de las arenas donde se dirime la opinión pública (antes la prensa, luego los medios de comunicación y hoy, si lo modernizamos más, el ciberespacio) viene de hace ya muchos años, de Inglaterra, donde los representantes de ese sector ocupaban escaños junto a los nobles, los religiosos y los políticos.   

Es interesante el debate ante lo que algunos han calificado como ataques a la libertad de expresión. Como todo derecho, tiene sus acotaciones y sus límites éticos, que no políticos. Mi derecho termina donde empieza el del otro. Parece simple pero… si llegamos a un debate «montados» en la fe más bien va a tratarse de dos o más monólogos. Es difícil encontrar ecuanimidad en medio de tantos gritos que se lanzan y encuentran ecos insospechados en el ciberespacio.

Y es necesario, sobre todo cuando el teletrabajo, la educación a distancia y muchos espacios de ocio van ganando terreno en nuestras relaciones humanas. En eso que se llamó «el cuarto poder» hoy entran influencers, periodistas, comentaristas, cómicos, personajes ‘memetizados’, ‘artistas’ y artistas, bloguers, tiktokeros y un sinfín de personajes de todo tipo. Además de la ‘infodemia’ también hay que estar pendientes de lo que se ha dado en llamar algoritarismo. 

Se habla de comunismo o dictadura sin el mínimo sustento teórico, se enaltecen personajes por afinidad o por una sola opinión, una profesora grita y amenaza a un alumno, el dueño de una agencia de autos tiene fotos del Tercer Reich en sus salas de atención al público, alguien no apagó la cámara o publicó sin querer una opinión o una foto indiscretas, un ex funcionario federal dice en su renuncia de que se les pide ‘fe ciega’, el presidente se queja de que no mencionan en los medios lo que él considera importante y muestra estadísticas de las opiniones adversas ante su mandato.

En cultura y arte el debate también es bueno: la intelectualidad y la academia siguen en ciertos espacios mediáticos, y en la preponderancia de las redes se confunden opinión con periodismo y falacias con información. A veces cambian los nombres, pero ninguna administración está excenta de querer palmaditas en el hombro y ver mal a quienes la critican, aunque sea obvio el motivo. Véase a propósito el reciente e interesante pleito por las becas del Sistema Nacional de Creadores de Arte, o el centralismo del proyecto Chapultepec. Lo subjetivo de la obra de arte, sobre todo el apoyado oficialmente, lleva a muchas reflexiones. O el papel del artista. (Por cierto, ¿ya vieron las esculturas del jardín de Tequis? ¿Qué les parecen?)      

La fe de por sí es ciega. La creencia en algo o alguien es llamada fe cuando implica la no necesidad de pruebas, ni a favor ni en contra, y es una de las virtudes según según la teología. Creemos en un dios, a veces en una persona, en un equipo de futbol o en un partido político, acordes a los valores, creencias y comportamientos que creemos ‘propios’. La fe es estar convencidos de algo y actuar en consecuencia.

Ya en otras ocasiones se ha dicho en esta columna que la política, al ser una disciplina y un actuar que nos compete a todos los que estamos en cierta sociedd, no debería ser cuestión de fe. Como sistema desde el que se toman decisiones políticas, sociales y económicas, el Estado nos sobrepasa.

Las síntesis de prensa se hacen desde hace mucho, casi en todas las dependencias. A primera hora alguien de comunicación social se dedica a recopilar los títulares principales y las notas u opiniones directamente relacionados con el quehacer de dicha dependencia y sobre todo de su titular, a quien suele mandarle esta síntesis para que tenga un panorama más o menos claro y rápido de lo que «se dice». La ‘calificación’ de negativo, positivo o neutro suele darse más a artículos y columnas de opinión, aunque es cierto que la inclusión o no de una nota informativa, las palabras con que se encabeza y el orden en la página y la sección son también un sesgo subjetivo, ya no dependiente de quien redacta una nota. Que el presidente lo haga público implica influir en muchas mentes que no ven más más allá de lo superficial. La generalización bueno-malo siempre es peligrosa.    

Si nos ponemos en tono religioso, de las virtudes teologales, más que fe requerimos caridad: ayuda, apoyo al prójimo. Y prestarles más atención a las virtudes cardinales, las del comportamiento: templanza, prudencia, fortaleza y justicia. 

Termino con un párrafo de la reseña de Armando González Torres acerca de La tiranía del mérito, ¿qué ha sido del bien común? de Michal Sandel:     

«Reconocer que hay mucho de aleatorio en el rumbo de nuestras vidas, que los afortunados o desafortunados no necesariamente lo son por su exclusiva responsabilidad y que todos dependemos de todos (como lo ha demostrado el papel esencial, durante la pandemia, de algunos de los trabajos menos reconocidos y peor remunerados) son algunas de las ideas que podrían matizar el solipsismo meritocrático. Más que prescribir soluciones, este libro llama a imaginar porque, como sugiere Sandel, sólo la imaginación empática puede ayudar a las democracias a encontrar opciones constructivas ante la polarización y el encono que las asedian».

Empezó el otoño, pero como dice el lema de la familia Stark, el invierno se acerca. Es la temporada de esa otra virtud, la esperanza. Ojalá.

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