Fin del Proceso

Ha pasado un año desde la sesión de instalación del Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana para el inicio y preparación del proceso de elección de la Gubernatura del estado para el período 2021-2027, las diputaciones que integran la actual Legislatura del Congreso del estado y los 58 ayuntamientos para el período 2021-2024.

Con la Declaratoria de Validez de cada una de estas elecciones en San Luis Potosí y toda vez que se resolvió la totalidad de los 58 juicios de impugnación interpuestos por candidatas (os) y partidos políticos -en los juicios se confirmaron los resultados y/o las actuaciones de las autoridades responsables, por aquello de quien se entusiasma en construir una narrativa de la actuación indebida de las autoridades electorales-; el Consejo Estatal Electoral y los tribunales han concluido con un proceso que ha sido particularmente complejo. Mucho se ha dicho sobre la numeralia del tamaño de esta elección. Incansablemente se repitió a nivel nacional que ésta fue la elección más grande en la historia de nuestro país, según la cantidad de puestos públicos sometidos a elección popular, así como de personas electoras con derecho a votar. Pero la complejidad del asunto no tiene que ver únicamente con los números, que de suyo representan un reto importante: no existe en el país ningún dispositivo organizacional y logístico que tenga la capacidad potencial de recibir a noventa millones de personas para que realicen un mismo acto –votar-, en un mismo día, horario, y con estrictos procedimientos que van más allá de lo que ocurre el día de la jornada electoral.

En política, la complejidad siempre tiene que ver con el contexto. Ese que desconocen quienes hablan de la provincia desde un café trendy en Polanco o la Condesa, como si Ecatepec, Cherán o Ciudad del Maíz fueran lo mismo. O quienes pretenden sobresimplificar las especificidades de lo local para tratar de imponer una lógica política desde una narrativa nacional. La complejidad tiene que ver, sin entrar en mayor discusión que corresponde al campo de la sociología, la filosofía y las ciencias sociales, con la lectura de una realidad que paulatinamente extiende las fronteras de lo que entendemos, regulamos e intentamos organizar con actos de autoridad.

Fue un proceso electoral complejo, porque el ambiente político nacional estableció condiciones que no correspondían necesariamente con las formas de ver, entender y hacer política en el ámbito local. Fue complejo porque de tiempo en tiempo descubrimos que los desafíos de la igualdad suelen ser más dinámicos y desafiantes con respecto a los arreglos institucionales por los que se pretende hacerla efectiva. Fue complejo porque el país y el mundo vive un momento en el que nos hemos obligado a cambiar la manera en que hacemos las cosas que necesitamos. A veces lo logramos de forma más o menos exitosa, a veces no. Fue complejo porque las condiciones políticas locales así lo determinan, lisa y llanamente. 

El fin del proceso electoral concurrente –llamado así porque elegimos autoridades locales y nacionales en un mismo evento- debe celebrarse reflexionando distintas cosas. Personalmente recomiendo partir siempre de la autocrítica y de aquella lección de guerra de un tal Robert McNamara –personaje multicitado en este espacio editorial-: tenemos que estar dispuestos a reexaminar nuestro propio razonamiento.

El éxito o fracaso de un proceso electoral no puede valorarse por la cantidad de personas que salieron a votar, por el dinero que se gastó o por la ausencia de conflictos graves –ningún proceso electoral está libre de conflictos-. El proceso electoral y la manera en que se organiza debe valorarse en función del bien público por el que se realiza: ¿de qué manera se vinculó la ciudadanía en una decisión colectiva para renovar a sus autoridades?. No es la posibilidad de salir a votar, sino los motivos que llevan a la ciudadanía a las urnas y las garantías de que la voluntad depositada se materialice en determinadas realidades políticas. No es la cantidad de votos sino la forma en que las personas entienden su derecho a votar. No es la cantidad de partidos o candidaturas, sino la forma en que éstas reflejan y representan a un México diverso. No es la celebración de los ganadores, sino la fortaleza de quienes saben sumar.

Viene un tiempo distinto para la democracia. Han pasado las elecciones, comienza el momento del diálogo, el acompañamiento, la vigilancia, la exigencia y la sanción. Que la ciudadanía asuma su función y que los gobiernos electos se acostumbren a ello. Eso también es democracia.

Twitter. @marcoivanvargas