“¡Qué potente eres, mi vida! -felicitó la recién casada a su flamante esposo, Simpliciano-. ¡Apenas ayer regresamos de nuestra luna de miel y ya tengo tres meses de embarazo!”... La maestra le preguntó a Pepito: “¿Qué es el píloro?”. Con una palabra respondió el chiquillo: “Ignórolo”. El píloro, del griego pylorós, portero, es la abertura duodenal gástrica. (Carajo, me quedé en las mismas)... A propósito de las gallinas dijo el gallo: “Pisarlas no cansa. Lo que jode es correr tras ellas”... Reconocer que no se tiene madurez es un gran signo de madurez. Luis Donaldo Colosio Riojas estuvo en un conversatorio, término muy de moda para nombrar lo que antes se llamaba “diálogo” o conversación”, con el talentoso académico y editorialista Agustín Basave Benítez. En el curso de la charla Colosio dijo que no será él quien divida a la oposición. Sin querer queriendo, como decía el inolvidable Chespirito, lanzó una indirecta muy directa a Dante Delgado, el dueño de ese partido que ahora se ve como mercadería en venta, el MC. Adujo tres razones para explicar por qué no buscará ser candidato a la Presidencia de la República en la elección del próximo año: su necesidad de madurar en todos los aspectos, su negativa a dividir a la oposición y su deseo de estar junto a sus hijos que, dijo, son su mundo entero. Los tres motivos son muy atendibles. Aplaudo, y con las dos manos, para mayor efecto, al joven alcalde de Monterrey por su buen sentido, su prudencia política y su calidad humana. Caso muy diferente es el de Samuel García, que ha dado indicios de prestarse a ser alfil de quien está apareciendo como alfil de AMLO, el errático y cada vez más solitario dirigente del Movimiento Ciudadano. Si García hace abandono de su cargo de gobernador de Nuevo León para anotarse como candidato presidencial no sólo faltará a su deber y a la obligación que tiene con quienes lo eligieron: también merecerá que lo apoden “Bronco Dos”, y hará el mismo ridículo que el primero hizo en su patética aventura. Aplaudo, pues, a Luis Donaldo Colosio Riojas, e inscribo su nombre en mi libreta como el de firme promesa para México... “El hombre en la cocina huele a caca de gallina”. Eso se decía cuando la cocina era feudo exclusivo de la mujer, y la presencia en ella del varón era considerada invasión al mismo tiempo molesta e indebida. Ahora, en cambio, a muchos señores les agrada practicar el arte de Escoffier, el gran chef galo creador del tournedó Rossini y los duraznos Melba e inventor del menú a la carta. Cierto marido anunció que esa noche él cocinaría la cena. Hizo lasaña y pay de zarzamora. El problema es que no se sabía cuál era cuál. Probó el primer platillo el hijo del matrimonio y sin poder contenerse exclamó: «¿Qué chingados es esto?”. El señor se indignó, no tanto por la mala palabra que usó el chico como por la crítica a su habilidad coquinaria. Le dijo: “¡Te vas a la cama sin cenar!”. “Viejo -le indicó la esposa-. Cuando el muchacho se porte mal hay que castigarlo, no premiarlo”... Don Chinguetas se aparece de nueva cuenta por aquí. Mis cuatro lectores lo conocen bien: es un marido tarambana, dado a devaneos adulterinos. Doña Macalota, su mujer, regresó una noche al domicilio conyugal y oyó ruidos extraños en el cuarto de la mucama de la casa. Abrió la puerta y lo que vio la dejó sin habla: don Chinguetas estaba llevando a cabo el H. Ayuntamiento con la joven asistente doméstica. Antes de que su esposa pudiera recuperar el precioso don de la palabra el liviano señor explicó su conducta: “No sabía yo si esta noche te iba a doler la cabeza o no”. FIN.