El 2024 está a la vista. La sucesión presidencial se acelera y los actores políticos velan armas. En tal contexto, ha quedado ya más claro, para los críticos viscerales del presidente AMLO, que no habrá re-elección en tal encargo público y que, además, esos malquerientes no han sabido leer, entre líneas, las referencias presidenciales a ese tipo de temas que tanto les quitan el sueño. Aunque se nieguen a aceptarlo, el proceso de transformación institucional iniciado por AMLO ha ganado impulso y seguirá su cauce con cualquiera de quienes ha considerado como eventuales sucesores de su mandato, trátese de miembros de su gabinete, gobernadores o dirigentes parlamentarios. Las recientes palabras pronunciadas al respecto por el presidente de México, son otro botón más de muestra en ese amplio catálogo del que hablamos.
En referencia a su relevo en 2024, AMLO ha utilizado una metáfora que, enunciada con cierto humor, hace rabiar a sus adversarios, pero que, en verdad, muestra el talante de un gobernante que se ha conducido, asumiendo la responsabilidad de su encargo, con el optimismo de quien ha marcado la ruta del cambio. Expresar una metáfora con sentido del humor es considerada como el arte de formular “greguerías” y, ese estilo de referirse a determinadas situaciones, se parece a lo que luego hace el presidente AMLO en alguna de las mañaneras; esto es, fijar posturas sobre los problemas nacionales con libertad y no conforme a ciertos estereotipos, como en el viejo régimen que no admitía reclamos más que en las condiciones que dictara “el soberano” considerado éste como el gobernante, no los gobernados (mejor dicho, los “mandantes”, aunque éste término ni pensar siquiera que fuera “validado”).
La metáfora utilizada con humor presidencial, que cobra sentido en todo este contexto señalado, dice que ya no hay “tapados”, que “el presidente es el destapador y el pueblo la corcholata”. El presidente estará abierto al juego sucesorio de manera transparente, pero su apuesta será por lo que decida el pueblo. Lejano ha quedado el tiempo en que el antiguo sistema político priísta, caracterizado como “hegemónico-pragmático” en un medio no competitivo (Giovanni Sartori) se regodeaba en alambicados rituales para “legitimar” la designación del candidato presidencial, haciendo que se manifestaran ruidosamente las “fuerzas vivas” en favor de quien ya había sido “palomeado” por el “gran elector” (el mandatario saliente), así como “tragando sapos sin hacer gestos” los que no resultaran beneficiados. Si se ofrecía, se dictaban frases “matonas” para, literal, calmar cualquier ánimo democrático.
Así las cosas, no faltan quienes insisten en considerar que el presidente AMLO está anclado en una etapa de construcción negativa de un nuevo sistema, esto es, de crítica e imaginación de soluciones a la crisis heredada de las administraciones anteriores; sin embargo, está ya en lo que Enrique Dussel denomina como la construcción positiva o creadora de instituciones nuevas que respondan a principios ético-políticos como son: afirmar las condiciones materiales de una vida social digna, sobre todo para los más pobres; afirmar la legitimidad de las decisiones tomadas incentivando la participación ciudadana; asegurar la factibilidad de programas y propuestas que impliquen un cambio sustancial y duradero en los medios y modos de vida comunitarios. No son los extremos de un cambio radical o cosmético, sino de una transformación que corresponderá seguir al próximo gobierno y ya se verá quién pueda leer, en esa clave, la determinación popular para definir, en última instancia, la sucesión presidencial.