En un mundo que se mueve a velocidad de algoritmo y corre siempre un par de pasos delante de nuestros propios hábitos, hay fechas que se vuelven pequeñas efemérides eléctricas. Hoy fue una de ellas: amanecimos con el Spotify Wrapped 2025, ese invento anual que combina estadística con ansiedad existencial, infografía colorida con terapia de choque, y que nos recuerda que no somos tan originales como pensábamos, o que quizá sí lo somos, pero el algoritmo tomó café equivocado. El Wrapped es ese examen final al que no estudiamos, cuya boleta recibimos en un PDF con confeti, y con el que a veces nos peleamos como si fuera un hermano que nos conoce demasiado o que se atreve a inventar cosas con una certeza irritante.
Lo primero que tengo que admitir, y no con poco deleite, es que Spotify se aplicó este año. Después del Wrapped 2024, criticado por muchos como una versión recortada, demasiado simple, casi un trámite burocrático más que una fiesta sonora, parece que alguien allá adentro escuchó el murmullo colectivo. Porque el 2025 llegó con esteroides: más dinámico, más customizable, más juguetón, más lleno de animaciones, tests, mini-juegos y recovecos estadísticos que hacen sentir que sí hubo trabajo detrás de bambalinas. Y es que cuando millones de personas esperan algo como si fuera la Navidad del melómano doméstico, el mínimo que puede hacer una plataforma multimillonaria es esforzarse un poco. Y vaya que lo hicieron: filtros para reconstruir tu año por estaciones, curvas de tiempo que parecen sacadas de un laboratorio de neurociencia, desgloses por estados de ánimo, porcentajes de afinidad con sub-culturas musicales, y hasta una especie de "mapa astral" sonoro que intenta explicarte quién eres con base en tus playlists nocturnas y en los géneros que sueles oír cuando te bañas.
Sin embargo (y creo que esta frase es parte esencial de la experiencia Wrapped) no me representa del todo. En serio que no. Este año, Spotify me adjudicó géneros y un artista principal que, honestamente, siento que no fueron mis verdaderos protagonistas. Según mi Wrapped, fui más rock clásico que otra cosa... pero yo, que sí viví mi año musical desde adentro de mis oídos, habría jurado que la salsa debería haber sido la reina absoluta de mis estadísticas. Hubo días enteros bañados con congas y timbales, semanas enteras obsesionado con patrones sincopados y líneas de bajo de tumbao, noches enteras desgranando solos de piano como si un fantasma de Palmieri me dirigiera la mano. Y sin embargo, ahí estaba mi Wrapped, jurando que yo fui más Led Zeppelin que Rubén Blades, más Pink Floyd que Ismael Rivera. No lo niego: escucho rock clásico, y con cariño. Pero mi 2025 íntimo, genuino, cotidiano, tuvo más olor a guarapo caribeño que a señores psicodélicos.
Es un poco como llegar a tu fiesta sorpresa y descubrir que la música que suena no es tuya: la conoces, te gusta, pero no te define. Al final, es imposible no preguntarse si hubo semanas enteras en las que puse discos completos y el algoritmo decidió archivarlos en un cajón metafísico por puro capricho estadístico. Lo curioso es que, mientras levanto la ceja ante esos datos, también me encuentro sonriendo cuando veo lo que sí acertó: ahí está mi álbum más escuchado, "Canciones del Solar de los Aburridos" de Rubén Blades y Willie Colón. Ese sí es mío. Ese sí cargó mis mañanas con ironía y guapería, con poesía de patio y calle, con memoria sonora de América mestiza. También acertó mi canción más escuchada: "Te están buscando", extraída de ese mismo álbum. No voy a contar cuántas veces la puse porque quizá sería motivo de intervención psicológica, pero ahí está la estadística confirmando algo que ya sentía: que esa canción acompañó mi año como una sombra fiel, como un santo patrono musical, como un reflector encendido hacia un pasillo de recuerdos que solo yo entiendo.
Pero más allá de la precisión o el desacierto, hay algo que valoro muchísimo cada año cuando llega este día. Porque el Wrapped no solo es una carta astral musical; también es fenómeno colectivo. Es una chispa social que detona conversaciones simultáneas entre millones de personas: "¿En serio escuchaste tanto regional mexicano?", "No puedo creer que tu artista del año sea ese", "¿Cómo que tu género principal fue indie árabe?", "¡A ver, muéstrame el tuyo!". Hoy, todo el día, hubo un hilo invisible uniendo teléfonos, grupos de WhatsApp, sobremesas y timelines: la gente compartiendo pantallazos como si fueran estampas, comparando charts como si fueran cromos, bromeando sobre los gustos ajenos y confesando los propios. Y ese intercambio es oro. Vivimos tiempos en los que es raro que tantas personas vibren alrededor de algo simultáneamente, y cuando sucede, por trivial que parezca, se siente como recordar que somos tribu.
Es fácil olvidar que el Wrapped funciona como espejo comunitario. Cada uno recibe el suyo, lo filtra por su propia autobiografía y lo suelta al mundo: un acto íntimo convertido en conversación universal. De alguna manera, es un ritual postmoderno: la música como identidad pública, las estadísticas como escudo o bandera, y la vulnerabilidad escondida detrás de una captura de pantalla con colores brillantes. Anualmente, este día nos demuestra algo precioso y a la vez casi antropológico: gran parte de nuestras relaciones humanas se construyen también desde la música que escuchamos, desde esos 15 o 20 géneros que describen cómo sentimos, desde ese top 5 de artistas que revelan qué parte de nosotros está más viva. El Wrapped, con todo y su algoritmo imperfecto, nos ofrece un lenguaje común.
Lo siento, pero a mí eso me parece un regalo. Y admito que siento una especie de ternura cuando veo esa oleada colectiva de posts, memes, debates, mini confesiones y chistes compartidos. Hoy las calles digitales son un carnaval sin permiso municipal: cada quien presumiendo su bandera sonora, criticando la del vecino, y celebrando, aunque no lo diga en voz alta, que hay algo más grande que nosotros trabajando como un latido sincronizado. No importa si tu top 1 fue un reggaetón de gimnasio o una sinfonía rusa de cuatro movimientos: todos estuvimos dentro del mismo fenómeno, como parte de una misma corriente eléctrica. Y en tiempos donde todo parece fragmentado, polarizado, o saturado de ruido político, encontrar un motivo común de conversación es casi un acto de resistencia afectiva.
Así que sí: este Wrapped 2025 está muchísimo mejor que el del 2024. Es más bonito, más pulido, más sensible al usuario, más juguetón y más honesto en su esfuerzo. Y aunque yo tenga reservas con algunos resultados, no le quito mérito a su construcción. Me gusta confiar, quizá ingenuamente, en que allá dentro hay un equipo de mentes obsesivas tratando de entender cómo somos, qué escuchamos, qué sentimos y cómo convertir eso en una radiografía alegre de nuestra vida interior. Me fascina que exista algo que nos recuerde, con estadísticas, que la música sigue siendo nuestro refugio y nuestra brújula.
Pero también quiero dejar marcado, con una sonrisa cómplice, que esta vez no me sentí del todo reflejado. Que mis noches de descarga salsera, mis obsesiones rítmicas, esos viajes sentimentales a puertos caribeños, no quedaron tan evidentes como yo hubiera querido. Que mi Wrapped decidió pintarme con tintes más rockeros de lo que realmente fui. Y que a mi artista de cabecera lo mandó al carril equivocado. No pasa nada. Es parte de la diversión. Uno se debate sanamente con la máquina, como quien discute con una amiga que insiste en describirte con adjetivos que no terminan de gustarte.
Porque al final, este juego estadístico también nos enseña a reconocernos con la memoria propia, a cuestionar qué dejamos afuera, qué nos define, qué nos acompañó cuando nadie nos veía, cuál fue nuestra playlist secreta de supervivencia, y qué canción es la que en verdad puede narrar nuestro año si nos atreviéramos a ponerla como himno.
Y con una mano en el corazón y otra sobre el timbal, cierro diciendo lo siguiente: frente al Wrapped 2025, con respeto al algoritmo... yo tengo otros datos.