Insultar al rival

“Nunca insultes a 

nadie por accidente”. 

Robert Heinlein

Una de las reglas de propaganda de Joseph Goebbels es que debe criticarse constantemente a los opositores. Otra señala que hay que escoger a un enemigo especial para vilipendiarlo. Por eso Donald Trump pasó de insultar a Joe Biden, su entonces rival, en el mitin del pasado 20 de julio en Grand Rapids, Michigan, cuando lo llamó “estúpido” e “individuo de bajo IQ”, a descalificar a Kamala Harris, su casi segura nueva rival, a quien ya ha ridiculizado como “perversa y tonta”. 

Es la misma estrategia de su amigo Andrés Manuel López Obrador para enfrentar a rivales políticos. A Ricardo Anaya en 2018, por ejemplo, lo llamaba Ricky Riquín Canallín y lo señalaba como un ladrón ante el cual había que cuidar la cartera. A Xóchitl Gálvez la ha calificado de “ladina”, “clasista” y “racista”, entre muchas otras cosas. 

Insultar a los rivales no es una costumbre nueva. A lo largo de la historia los gobernantes, en especial los dictadores, han descalificado a sus rivales o enemigos. Hay quien dice que el insulto es un avance sobre las otras posibles opciones. A Sigmund Freud se le atribuye la frase “El primer humano que lanzó un insulto en lugar de una piedra fue el fundador de la civilización”. En realidad, la expresión no es suya, sino que él la citó de otro autor, el neurólogo inglés John Hughlings Jackson, pero es de todas maneras muy cierta. 

A Trump, como a López Obrador, le gusta poner motes insultantes a sus críticos y rivales. Esto ayuda también a disminuir la estatura de quienes no los siguen ciegamente. A Kamala Harris la llama “Laffin’ Kamala”, haciendo burla de sus sonoras carcajadas. Hace unos días el equipo de campaña de Trump divulgó el señalamiento: “Kamala Harris es una broma como lo es Biden. Ha sido la facilitadora de ‘Crooked Joe’ todo este tiempo”. 

 “Corrupto Joe” es uno de los apodos de Trump al actual presidente Biden, a quien también ha llamado “Sleepy Joe” y “Slow Joe”. Hillary Clinton, su rival en 2016, era “Crooked Hillary” o “Crazy Hillary”; Nancy Pelosi, era “Nervous Nancy”. A Marcelo Ebrard, secretario de relaciones exteriores de México al inicio del gobierno de López Obrador, Trump no le tenía un mote especial, porque no se acordaba de su nombre, pero en varias ocasiones declaró en son de burla que, después de que Ebrard le dijo que México no podía usar soldados mexicanos para impedir el acceso de migrantes centroamericanos a Estados Unidos, regresó humildemente y aceptó esa exigencia después de que Trump amenazó con cerrar la frontera con México. 

Trump no ha insultado públicamente a López Obrador. Al contrario. Según Ildefonso Guajardo, a quien le tocó la primera parte de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el entonces presidente se refería a AMLO como “Juan Trump”. No era un insulto, sino un reconocimiento, porque el narcisista Trump “Se veía en él como si fuera un espejo”. 

El gusto y la frecuencia con la que López Obrador descalifica a sus rivales es indicativo de su cercanía de temperamento con Trump. Para AMLO, efectivamente, quienes lo critican son conservadores, corruptos, fifís, neoliberales y muchas cosas más. Quien piensa diferente debe ser insultado. En contraste, Felipe González, un verdadero estadista, presidente socialista del gobierno español de 1982 a 1996, solía decir que muchas de las reformas que logró, y que permitieron a España un salto cualitativo en su nivel de vida, fueron posibles gracias a que había tenido una buena oposición. 

El primer paso para construir políticas positivas con una oposición es tenerle respeto. Nadie puede lograr acuerdos si lo primero que hace es insultar a quien se sienta a dialogar. 

Turistas

Hay una rebelión contra el turismo en países como España e Italia. Es parte del desprecio general a los extranjeros, pero lo curioso es que esta actitud se manifiesta en ciudades que viven del turismo. Si las protestas tuvieran éxito, esos centros tendrían que gastar mucho dinero en promoverse para que los turistas regresaran. 

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