En San Luis Potosí estamos viviendo un cambio generacional silencioso, pero profundo. La juventud: esa misma que por años fue reducida al discurso del “futuro” o al eslogan electoral de la “esperanza”, ya no está esperando órdenes ni permisos. Está tomando la palabra, las calles y los espacios institucionales que antes eran exclusivos de los adultos. La reciente protesta estudiantil en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí por casos de abuso y omisiones institucionales lo confirmó: los jóvenes ya no toleran la simulación ni el silencio, exigen responsabilidades, protocolos, transparencia y derechos.
La idea de que los jóvenes son apáticos es una caricatura fabricada por quienes se benefician de su ausencia política. La realidad es otra: esta generación, la que hoy tiene 18 años en adelante, no es indiferente, sino selectiva. No confía ciegamente en partidos, iglesias u autoridades, pero sí en causas, comunidades y redes. Ya no cree en la obediencia como virtud social, sino en la participación como deber ético. No se organiza en templos ni exclusivamente en plazas públicas, sino en plataformas digitales, colectivos feministas, movimientos estudiantiles, redes ambientales, ligas de gamers o grupos que defienden derechos humanos. No están desconectados: están conectados entre ellos, no con el sistema.
Este cambio cultural tiene consecuencias políticas que los “adultos” no quieren ver. Según los últimos análisis demográficos, los jóvenes representan casi la mitad del electorado potencial del país. Son una fuerza política que no se moviliza por promesas, sino por indignación, evidencia y coherencia. No quieren que las instituciones sean derribadas, pero sí reconfiguradas. El error de los gobiernos estatales y municipales ha sido tratarlos como “beneficiarios” de programas sociales, no como actores con voz, agenda y derecho a decidir.
Cuando la juventud deja de pedir permiso: participación, protesta y responsabilidad del Estado
Las protestas en la UASLP no fueron un hecho aislado: fueron una señal de que los jóvenes de San Luis Potosí ya entendieron que los espacios institucionales son santuarios y que la política no solo se vota cada tres años, también se disputa todos los días. El mensaje fue claro: si las instituciones no garantizan seguridad, justicia y transparencia, la presión vendrá de abajo y desde afuera. Hoy, la juventud potosina no está pidiendo becas: está exigiendo respeto, protocolos reales contra la violencia, espacios seguros de formación y participación. Está diciendo que quiere educación crítica, empleo digno, acceso a tecnología, oportunidades para crear, no solo para obedecer.
Pero también es hora de decirlo con claridad: el Estado tiene responsabilidad frente a las juventudes. No solo en términos asistenciales, sino democráticos. La política pública no puede seguir viendo a los jóvenes como “beneficiarios de becas”, sino como sujetos de derechos, actores sociales y fuerza política activa. Un gobierno que ignora a sus jóvenes gobierna en extinción, porque administra un presente sin legitimidad y un futuro sin herederos. Un municipio o estado que no dialoga con estudiantes, con trabajadores jóvenes, con emprendedores, activistas, artistas, colectivos digitales o creadores de contenido, está renunciando a su propia capacidad de representar a la sociedad que dice gobernar. La democracia exige incluir a quienes ya están transformando las formas de producir, pensar, organizarse y protestar. Y hoy, eso ocurre desde la juventud.
No hay democracia sostenible sin juventud participando, opinando, presionando y votando, pero tampoco sin mecanismos institucionales que lo permitan: consejos consultivos, presupuesto participativo juvenil, cabildos abiertos, políticas de acceso a formación ciudadana, garantías de seguridad en la protesta y plataformas reales de interlocución pública. Si los jóvenes no entran al espacio institucional, entrarán por la vía social, mediática o disruptiva, y la historia demuestra que cuando un sistema expulsa a una generación, esa generación no desaparece: lo reemplaza.
Lo que está ocurriendo en San Luis Potosí no es una moda ni una rebeldía juvenil pasajera: es una irrupción histórica. La juventud ya no quiere ser espectadora de decisiones tomadas por adultos que no viven sus realidades. Quiere estar en la mesa, no en el aplauso. Quiere ser coautora del presente, no becaria del futuro. El reto ahora no es convencerlos de participar. Ya lo hacen. El otro reto es que el poder aprenda a escucharlos antes de que terminen por reemplazarlo.
(louis.mballa@uaslp.mx )