La calidad de nuestros conceptos

A propósito de la reciente publicación del Informe de Desarrollo Humano 2019 por parte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, me vino a la mente un aforismo que sentenció con ironía Georg Christoph Lichtenberg a finales del siglo XVIII: “No es que los oráculos hayan dejado de hablar, los hombres han dejado de escucharlos”.

La publicación del informe del IDH2019 para México trae a la mesa un conjunto de diagnósticos, advertencias y recomendaciones que resultan fundamentales para quien quiera tomarse en serio el tema del desarrollo social. Resulta más o menos normal –y hasta previsible- que en la prensa y la opinión pública, se usen las variaciones en estos indicadores para llenar algunos encabezados, para lanzar bombas discursivas o para entonar loas triunfalistas. El problema de los indicadores es que cada quien los usa como quiere y no como deben ser empleados: como referentes de observación.

De acuerdo con el Informe –Googlead si os interesa-, México obtuvo un valor de 0.767 en el IDH lo que lo sitúa dentro de la categoría de “Desarrollo Humano Alto” –atentos, los del vaso medio lleno-, cayendo 17 lugares –atentos, los del vaso medio vacío- para ubicarse en la posición 76 de 189 países y territorios. No es de mi interés discutir las posiciones absolutas o relativas de estos puntajes, sino reflexionar sobre lo que los números –los oráculos- nos quieren decir.

El informe demuestra con contundencia que, durante casi treinta años, en México se han mejorado las condiciones de vida que son recogidas en la construcción del concepto de desarrollo humano: salud, educación y economía. Los indicadores básicos que se emplean para medir estas dimensiones son la esperanza de vida, los años de escolaridad y el ingreso nacional bruto per cápita. Cualquier persona que más o menos le entiende a la estadística descriptiva –esa de la distribución de frecuencias, media, mediana, moda, desviación estándar y otras delicias- debe saber que estos indicadores están basados en promedios, que por definición son nobles deformaciones de una realidad compleja. Cualquier persona que más o menos le entiende a la estadística descriptiva sabe que más allá de los promedios, el chiste se encuentra en las diferencias.

[Breve intermezzo matemático: imagine dos conjuntos (8,8,8) y (6,7,7,9,9,10). Ambos tienen el mismo promedio (8), pero no puede decirse que los conjuntos sean iguales entre sí, ni tampoco que sean 

homogéneos].

Son las diferencias las que arrojan los datos más relevantes del informe: a pesar del avance absoluto y relativo en algunos indicadores, hay pérdida del desarrollo humano debido a la desigualdad de logros de las mujeres y los hombres en las tres dimensiones del índice: salud, educación, economía. No creo que sea necesario que los responsables de la formulación de políticas de desarrollo en nuestro país, estado y municipios, tengan que descargar años de informes de Desarrollo para darse cuenta de este problema; el asunto es que no parece haber consensos políticos sobre las definiciones del desarrollo sobre las que se construye la política de desarrollo social en México.

La idea de establecer programas públicos que aspiren a luchar contra la desigualdad que ha sido propiciada por el malvado y siniestro modelo neoliberal no es inédita. Habría que ponerle algo de atención a John Rawls en su discusión sobre la idea de justicia social: para establecer principios de justicia, necesitamos partir de una posición de absoluta imparcialidad en la manera en que vemos a la sociedad. Mantener este “velo de ignorancia” nos permite tomar decisiones de manera más o menos objetiva sin buscar favorecer o afectar a alguien por la condición socioeconómica en que se encuentre. De esta forma es posible definir que la aspiración a la justicia social se logra a través de la acción de las instituciones sociales que busquen garantizar condiciones de libertad individual y de igualdad –de oportunidades y de reducción de brechas-. 

Necesitamos reflexionar con mayor seriedad el ángulo desde el que se concibe la función de las Instituciones sociales en la construcción de la justicia social. No es aceptable partir de una idea de justicia que ignora que la concepción de la vida buena, requiere de una vida presidida por la autonomía de los sujetos, de vigencia de los derechos humanos, de participación política en democracia y de tolerancia hacia los demás –ya ve que hay quien dice que los organismos autónomos garantes de derechos son puro gasto inútil-. 

Los oráculos siguen hablando. Me parece legítimo –justo y necesario- evaluar la calidad política del planteamiento con el que basamos nuestra aproximación a la justicia social. Lo escribió Federico Reyes Heroles hace un par de días: “Una mayor justicia social demanda más estudio y reflexión y menos gritería”. Ya no sorprende que hay quien insiste en entenderlo sin mayor contenido que el apotegma de Juan Vargas en la célebre película La Ley de Herodes: “he traído la modernidad, paz, progreso y justicia social”.

Twitter. @marcoivanvargas