La Gran Casa II

Conversábamos la semana pasada sobre el contexto de Vega Sicilia Único. Corrresponde hoy intentar compartir la experiencia que ofrece una de sus mejores añadas: la 2004.  Describir un vino como éste siempre resulta comprometido, pues hay sensaciones que el lenguaje escrito no alcanza a transmitir en su dimesión original; pero, por otro lado, también es placentero hablar del recuerdo que nos ha dejado la vivencia.

La botella de Vega Sicilia Único 2004 que descorchamos recientemente está ya en su primera ventana de madurez, aún del lado de la juventud, creo que no ha alcanzado el estado de gracia al que seguramente llegará en un par de décadas, para permanecer allí hasta cumplir 50 o 60 años. En mi experiencia, los Únicos con menos de 30 años requieren una cuidadosa decantación y un oxigenado largo, si es que van a compartirse entre varios combibeles. En este caso, la operación de relizó 4 horas antes del consumo.

Nos acercamos a él con una actitud casi reverencial, de profundo respeto y con todos los sentidos dispuestos...

El primer encuentro en nariz no es un grito, sino un secreto susurrado desde las oscuras y frescas bodegas de la Ribera del Duero. Los aromas se despliegan poco a poco, con lentitud y contención. La primera oleada es de complejidad terciaria: cuero fino, humidor y una tenue y evocadora nota de violetas trituradas. No es la fruta primaria de un vino juvenil; es la pátina de la edad, ganada tras casi dos décadas de paciente evolución. Es como una promesa que ilusiona desde la certeza de que no hay vuelta atrás.

Al abrirse en la copa, la fruta emerge de las sombras: cereza negra confitada, moras maceradas y un toque de higo seco. Casi inmediatamente se van sucediendo los mismos grupos frutales, pero en tránsito a una mayor frescura, como si rejuvenecieran. Lleva el sello de la distintiva y elegante barica, sin dominar, ya bastante integrado. Terminan por redondear el cacao y las especias. Es como leer un inconfundible párrafo de un gran autor: su personalidad y los rasgos acusados de su estilo se salen por el rabillo de las frases que se van encadenando por medio de un mismo perfume indeleble.

Por debajo de todo yace un núcleo mineral, una cualidad de grafito, arcilla y calcio. En conjunto, el aroma es un tapiz complejo y dinámico, que cambia sutilmente con cada aspiración, como las variaciones de un mismo tema en una sinfonía. Es un vino serio y profundo, que no pertenece a ingún otro lugar del mundo, que promete un paladar inmenso, al que nos resistimos a llegar.

Así resistiremos el impulso de describir hoy su paso por boca, su estructura y su final, con la intención de que me tengas paciencia una vez más, caro lector, y me permitas alargar esta charla hasta la siguiente oportunidad.

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