Al exponer las razones de su renuncia, Carlos Urzúa ha exhibido las dos contradicciones esenciales del gobierno. Su proyecto social es ciego. Su discurso moral es hipócrita. Las dos columnas del gobierno son saliva.
No hay instrumentos que sirvan al deseo de reemplazar al odiado neoliberalismo. Se le ha decretado muerto, pero no se ha cimentado ninguna alternativa. Las políticas que se han echado a andar no son, ni remotamente, un sustituto viable. Las advertencias vienen de todos lados. Ahora se suma, con un juicio demoledor, quien fuera el arquitecto de la política económica en el primer tramo del gobierno de López Obrador. Es importante leer con atención su mensaje. La política lopezobradorista es expresión de un voluntarismo insostenible. La magia comunicativa del opositor no opera en el mundo económico. No se genera crecimiento deseándolo. No se reparte riqueza con discursos sobre la igualdad. La crítica de Urzúa es punzante: el gobierno toma decisiones en el aire, sin un examen responsable y riguroso. Imposible trabajar en un gobierno que decide cerrar los ojos a los hechos que le disgustan. Un gobierno que se imagina transformador no puede dar la espalda a las herramientas de la técnica, ni puede ignorar las mediciones que tenemos como confiables. Urzúa decide separarse del gobierno de los datos alternativos y sonar el timbre de alarma. Es improbable que se le escuche, aunque pide lo elemental. Asentar toda decisión pública en razones, medir el impacto de la intervención gubernamental, corregir cuando es debido.
La fraseología -me niego a llamar “ideología” a los tics retóricos del lopezobradorismo- se impone sobre la evidencia, cierra los ojos a los datos, desprecia cualquier discrepancia, desatiende las advertencias y, sobre todo, es incapaz de viraje. A cada crítica, una lista corta de descalificaciones e insultos. Encerrado en sus oraciones, el Presidente es incapaz de ver lo que tiene en frente. Y así dice, y seguramente cree, que las cosas van muy bien. Al cerrar los ojos a lo molesto deja de escuchar también la voz diversa y compleja de los críticos. Ninguno le merece el mínimo respeto porque cualquiera que discrepa se desplaza de inmediato al espacio maligno del neoliberalismo. Los discrepantes son enemigos y todos los enemigos son idénticos. Urzúa, su colaborador en el Distrito Federal, su aliado en muchas batallas, embajador suyo en ámbitos hostiles, integrante destacadísimo de su primer gabinete, termina siendo un neoliberal más.
La segunda crítica de Urzúa en su renuncia es tan grave como la primera. Tal vez sea más hiriente porque pincha la arrogancia moral del Presidente. Esa autoridad que él dice encarnar y que nadie tiene siquiera el derecho de poner en duda, ha quedado tocada. No porque haya indicios de que emplee el poder para su beneficio económico, sino porque ha instalado en el primer círculo de su gobierno a un personaje que es una maraña de intereses privados en abierto y constante conflicto con la responsabilidad pública. Que lo diga el secretario de Hacienda en su despedida agrega peso a la denuncia. Lo cierto es que este estridente conflicto de interés no puede sorprender a nadie. Fue el propio Alfonso Romo quien en tiempos de campaña advertía que sus negocios lo descalificaban para trabajar en el gobierno. Sería un escándalo que yo fuera jefe de gabinete, le dijo a Azucena Uresti. Al asumir la Presidencia, López Obrador le dio ese cargo. Ya lo sabemos: él no es como los otros.
Las razones de la renuncia son inquietantes. De manera certera y escueta se detectan los dos motivos que descarrilarán el proyecto más ambicioso de las últimas décadas. Ineptitud técnica y arrogancia moral. Una tercera fuente de intranquilidad viene de la reacción del Presidente ante la renuncia. Por supuesto, la descalificación por delante. Nadie podría sorprenderse del reflejo: quien se va es, en realidad, un sobrante del viejo régimen, un neoliberal que no entendió la magnitud del cambio histórico. Y al que llega lo convencerá fácilmente de que esa política basada en evidencia no es más que una fantochería de tecnócratas neoliberales. Lo peor de todo es que cree que es chistoso. Jajajá.
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