La Universidad en la que yo creo

La Universidad en la que yo creo está formada por muchas mujeres y hombres que han entregado su tiempo en favor de un bien superior: garantiza el derecho a la educación y al aprendizaje integral de las y los estudiantes, con pensamiento crítico, con ética y con responsabilidad social.

 La Universidad en la que yo creo no niega el dolor: abraza a las víctimas, les cree, las acompaña y pone su maquinaria —jurídica, psicológica y académica— al servicio de su reparación. No hay excusas administrativas, cargos académicos o nombres sagrados que valgan más que su dignidad.

La Universidad en la que yo creo se defiende mejor cuando se mira al espejo. Reconoce omisiones, corrige rumbos, fortalece protocolos y asume que proteger a sus alumnas no es un trámite, sino una obligación ética cotidiana.

La Universidad en la que yo creo distingue entre institución y personas. Se honra en su misión pública, pero señala sin titubeos a quienes —por acción u omisión— han violentado, encubierto o minimizado. No es linchamiento; es responsabilidad.

La Universidad en la que yo creo entiende que la justicia no se administra con silencios. Exige investigaciones serias, debido proceso y sanciones ejemplares. Y si hay intereses externos que buscan lucrar con el agravio para desestabilizarla, los enfrenta con transparencia y verdad, no con opacidad ni retórica.

La Universidad en la que yo creo protege su autonomía de dos enemigos: de quienes desde adentro pretenden usarla como escudo de impunidad, y de quienes quisieran verla débil para asaltar su destino. Autonomía es luz para rendir cuentas, no sombra para esconderse.

La Universidad en la que yo creo acompaña a su comunidad en la calle y en los expedientes. Legitima la exigencia estudiantil, escucha el clamor de las aulas y convierte las consignas en políticas efectivas, medibles y permanentes.

La Universidad en la que yo creo tiene nombres y rostros que se hacen cargo. Por eso, reconozco con claridad a Urenda Queletzú Navarro Sánchez, Abogada General de la UASLP, a Karla Francisca Pantoja Banda Titular del Órgano Interno de Control quienes dieron la cara, reconocieron fallas y se pusieron del lado correcto: el de las estudiantes y el de la solución. La rendición de cuentas también se ejerce desde el valor.

La Universidad en la que yo creo no se salva con comunicados, sino con cultura institucional: formación en igualdad, prevención, canales de denuncia que funcionen, y una convicción pedagógica que deje claro —a docentes, autoridades y alumnado— que el cuerpo y la libertad de las mujeres no son negociables.

La Universidad en la que yo creo no es ingenua: sabe que habrá quienes intenten convertir el dolor en botín. Pero también sabe que la mejor defensa de su honra es actuar con rapidez, claridad y justicia; nunca con negación ni componendas.

La Universidad en la que yo creo no pide aplausos: pide resultados. No quiere paredes despejadas, sino que quiere campus seguros, autoridades responsables y agresores fuera. Quiere que cada estudiante pueda volver a su clase sin miedo.

La caminera

Esto ocurre en una institución pública que, con todas sus tensiones, se somete al escrutinio social. No nos engañemos: en muchos entornos privados —escolares y organizacionales— estas conductas prevalecen sin denuncia ni castigo. Ojalá que la lección no sea “no pasa nada”, sino exactamente lo contrario: que sí pase —que se denuncie, que se investigue, que se sancione y que se repare— y que la educación, pública o privada, esté a la altura de quienes confían su vida en ella.

x. @marcoivanvargas

Universitario, siempre.