Se casó un hombre de color. Al mes fue con el médico: estaba a punto de desfallecer. Explica: “A todas horas mi mujer me grita: ‘-¡Montenegro!’”. “No veo nada de raro en eso -se extraña el facultativo-. Muchas esposas llaman a sus esposos por el apellido”. “No me entendió usted, doctor -precisa con débil voz el hombre-. A todas horas mi mujer me grita: ‘¡Monte, negro!’”... Desde la parte de atrás del atestado autobús pregunta en voz alta la curvilínea muchacha: “Perdón, señores: ¿alguien sabe cantar allá adelante?”. “¿Por qué?” -le pregunta uno de los pasajeros-. “Porque acá atrás todos están tocando” -responde ella-... Don Martiriano, sufrido esposo, le dijo a doña Jodoncia, su consorte: “Vengo muy molesto con el jefe. Se atrevió a decirme que soy medio pendejo”. “No le hagas caso -responde doña Jodoncia-. Lo que pasa es que sólo te conoce a medias”... La Pequeña Rosita pide al precoz Pepito: “Oye, Pepito, ¿quieres ser mi novio?”. Pepito no contesta nada, pero entra a su casa y sale después llevando un brassier de dimensión más que generosa. “Mira -dice a Rosita entregándole la prenda-. Si quieres ser mi novia, primero tienes que llenar esta solicitud”... El cínico individuo preguntó a su señora si había llegado el casero a cobrar la renta. “Sí -responde la señora-. “¿Y con qué se la pagaste?” -pregunta el individuo-. “Con lo que pude” -contesta ella-. “¿Y quedó conforme?” -vuelve a preguntar el otro-. “Sí -responde la señora-. Hasta me dio un cheque”. “Chin -dice el tipo-. Habíamos quedado en que el cheque era para mí”... El señor aquél le comentaba a un amigo: “Fíjate que mi señora siente asco y antojos”. “Estará embarazada” -sugiere el amigo-. Y dice el señor: “No. Siente asco de mí y se le antoja el lechero, el panadero, el carnicero.”... Babalucas decidió vender su coche, flamante, del año, con sólo 3 mil kilómetros en el marcador. Un amigo suyo ofreció comprarlo. “Te pido únicamente -le dijo a Babalucas- que le pongas el marcador en ceros para poder decir que lo compré en la agencia”. Pasó una semana y Babalucas no se aparecía. Su amigo lo llamó por teléfono. “¿Te arrepentiste ya del trato?” -le pregunta. “No -contesta el tonto roque-. Pero ando a la vuelta y vuelta en el coche -ya voy en 99 mil kilómetros- para cumplirte el caprichito ése de poner el marcador en ceros”... Me molesta mucho la grandiosidad de los edificios que en este país sirven a los quehaceres de política. Grandiosidad colosal en el recinto de San Lázaro; grandiosidad fastuosa en la sede del Senado; grandiosidad y lujo en las instalaciones del Instituto Nacional Electoral, con esa espectacular mesa redonda donde sus consejeros deliberan. País muy pobre es México -pobre país-, y sin embargo en las naciones más ricas no se miran los dispendios públicos que se ven aquí. Deberíamos gastar más en los edificios de las escuelas, los hospitales, los museos, las bibliotecas, y menos en esos sitios cuya principal característica tendría que ser la austeridad republicana que demandaba Juárez. Las obras arquitectónicas han de poner en ejercicio varias cualidades, la belleza y la funcionalidad entre ellas; pero deben tomar también en cuenta otra virtud: la ética, cuya ausencia puede atraer sobre la obra el calificativo de elefante blanco, u otros peores. Los políticos nos están llenando de elefantes blancos por su tendencia a servirse con la cuchara grande, mientras los pobres de México ni siquiera cuchara chica tienen ya. Y más no digo, porque estoy muy encaboronado. Si no me lo creen escuchen esta expresión interjectiva con la cual voy a terminar: “¡Uta!”... FIN.