En ocasiones me llaman por teléfono algunos amigos; todavía algunos practican esa costumbre, no todo son mensajes de texto. Aunque señalan que el motivo es el saludo, creo que podría ser el pretexto para saber si no fui contagiado –todavía– por el bicho de moda; de ser así, si aún vivo, y –ya más en concreto– enterarse si fueron incluidos en el testamento.
Uno de ellos –periodista de la vieja guardia–, luego de comprobar que yo aún vivía, me expresaba su preocupación frente a lo que está por venir. Sus fuentes, y la información que procesa, revelan las dificultades que enfrentaremos, quizá no en los días inmediatos, pero sí en los próximos meses.
Otro amigo, historiador, reflexionaba sobre cómo las estructuras económicas de la Edad Media, principalmente en Europa Occidental, se vieron modificadas por la peste negra; ésa que en el siglo XIV acabó con 26 o 27 millones de personas. La plática telefónica concluyó casi con la interrogante: ¿el coronavirus modificará las actuales estructuras?, ¿habrá que replantear el modelo capitalista?
No manejo la información del periodista, ni poseo la agudeza del historiador; es difícil futurear y complicado analizar a partir de lo pasado, porque lo actual es distinto. Apenas sí he alcanzado a saber de la meningitis cerebro espinal que atacó a nuestra ciudad en la década de 1940; de la influenza española que llegó al pueblo en 1918, siendo antecedida por los años del hambre; y, algo he leído –que por aquí lo compartí– sobre la epidemia de tifo de 1885.
Pero también pienso en las epidemias de cólera morbus, de 1833, y la de viruela y matlazahuatl, que castigaron nuestro pueblo –aunque ya era ciudad– en los años de 1736 y 1737. Las muertes superaron a los cementerios, a los templos, a los atrios, y fue necesario que parroquia, alcaldía y vecindario, llegaran al acuerdo de formar un nuevo camposanto allá en el barrio del Montecillo, en los terrenos que hoy ocupa la llamada Casa Redonda de los Ferrocarriles; funcionó de febrero de 1736, al año de 1913.
Todos estos sucesos de salud pública que afectaron la vida de San Luis Potosí, en lo inmediato y en su futuro, obligaron a modificar las pautas costumbristas, sanitarias, e incluso religiosas, por las cuales se regían sus habitantes. Surgen así nuevos camposantos, se disponen nuevas medidas funerarias; aparecen nuevos hospitales; los médicos se obligan a especializarse en esos males, el Estado a constituirse en benefactor público, y dotar de infraestructura necesaria, hospitalaria y sanitaria, a la ciudad.
Los problemas y sus replanteamientos no son nuevos, no así la forma de enfrentarlos y resolverlos, sin embargo pareciera que poco o nada se aprende. La estupidez insiste siempre, escribe Camus, en La Peste.
Los males nos exhiben, muestran a los políticos en toda su ruindad: unos reparten naranjas o –aparentando ser benefactores– obsequian abalorios a hospitales; otros, hienas del montón, atacan y desacreditan cualquier esfuerzo oficial; sólo buscan llevar agua a su molino. El Estado y sus autoridades se muestran incapaces; los ciudadanos exhiben su ignorancia y apatía.
Los días y el mal avanzan; en la búsqueda del freno hay cosas que nunca creí ver, como la suspensión de la Procesión del Silencio, que la noche de anoche, iría por su representación número 67. El acto que nada tiene ya de devocional, su mercantilización, y la apropiación del espacio público con el visto bueno de la autoridad, no me agradan nada; esos viernes son los que me encantaría salir con un bote de pintura en aerosol para escribir en los templos: “Juárez no ha muerto”. Pero soy consciente que la ciudad lo necesita.
Tampoco pensé ver cerrados los templos, como ocurrió en el año 1927, durante el conflicto Estado–Iglesia, cuando el obispo Miguel de la Mora se enfrentó al gobernador Abel Cano, y en respuesta a la Ley Calles, determinó suspender el culto y el toque de campanas en todos los templos existentes en la diócesis.
Lo que sí me hubiera gustado ver, es un aparato gubernamental menos sobrado, capaz de aceptar sus carencias y limitantes, y de responder con efectividad y rapidez en estos momentos. Políticos de todos los partidos, llamar a la unidad y a la concordia; respeto y agradecimiento hacia los integrantes de los cuerpos de salud.
Veremos qué ocurre en los días subsecuentes; mientras tanto, si usted puede permanecer en su casa, lo invito a leer La Peste, de Albert Camus, y a ver la película El Séptimo sello, de Ingmar Bergman. Ya si de plano es de los que piensan que un ciclo llega a su fin, lo invito a pensar en el todavía rector de la UASLP.
Gracias por la lectura; guárdense en sus casas. Felices pascuas.