Los problemas perversos

En política siempre se elige entre inconvenientes. Así lo dice el aforismo de Jesús Reyes Heroles, el gran santo laico de la política mexicana (que en los tiempos actuales es poco leído y aún menos citado en los espacios públicos, quizás porque se piensa -erróneamente- que las grandes ideas son patrimonio de un partido político).

Siempre que comienza un periodo de gobierno de un presidente electo (hoy presidenta de la república) me pregunto sobre los desafíos que enfrentará, los inéditos y los previsibles. Me pregunto sobre su capacidad de confeccionar soluciones, no solo para atender al problema sino, sobre todo, para resolverlo.

No hace falta mucho esfuerzo para avizorar algunos problemas que están ya anunciados, sea porque son problemas que prevalecen desde hace tiempo, o porque se asoman como un resultado previsible de la consecución de hechos y decisiones que se manifiestan de tiempo en tiempo.

En la disciplina de las políticas públicas -déjeme insistir en ellas como disciplina y no como ese sustantivo tan llevado y traído en el discurso de políticos y funcionarios públicos- existe un concepto llamado “wicked problems” que podrían traducirse como problemas perversos. En el ámbito de las políticas públicas se refieren a aquellos desafíos complejos que son difíciles de definir y aún más complicados de resolver. A diferencia de los “tame problems” (o problemas domesticados) que tienen soluciones claras y bien definidas, los problemas perversos presentan características únicas que complican su abordaje.

De manera general, los problemas perversos se caracterizan porque son complejos e inconexos, es decir, que involucran una diversidad de actores y factores que interactúan de forma dinámica y, a veces, contradictoria. Se caracterizan también porque no hay un consenso claro sobre la definición del problema y, por tanto, sobre la manera en que un gobierno lo entenderá. Un problema perverso no tiene soluciones definitivas, las cosas que funcionan en un contexto suelen fallar en otro (por los factores dinámicos que le mencionaba más atrás), y suelen tener implicaciones éticas y políticas que complican, por mucho, la toma de decisiones porque conllevan consecuencias diversas para los distintos grupos de la población.

A partir de este punto, quienes entienden, conciben y practican la función de gobernar como un ejercicio vulgar del poder pueden perder el interés en esta lectura ya que se hablarán de cosas que posiblemente no comprenderán o que no ofrecen jugosos frutos para sus mezquinos intereses. Allá ellos. Pero para el resto de las personas interesadas, lo que sigue puede resultar de su interés: necesitamos dedicar energías institucionales en mejorar la capacidad de nuestros gobiernos para entender y resolver los problemas. Explico para después reflexionar sobre los problemas perversos que estamos por enfrentar.

Desde la disciplina de las políticas públicas, los problemas perversos deben ser abordados partiendo de un enfoque más flexible que incluya la colaboración intersectorial, es decir, la cooperación entre diferentes actores, incluyendo gobiernos, fuerzas de oposición, organizaciones de la sociedad civil y comunidades locales. Se requiere también del diseño de estrategias adaptativas que permitan ajustar las intervenciones gubernamentales basándose en la retroalimentación y en los resultados observados y, emplear enfoques participativos donde se involucre a las comunidades afectadas para asegurar que las soluciones sean relevantes y sostenibles.

La situación es esta. Nuestros gobiernos enfrentan problemas perversos todos los días que afectan de forma significativa a la población. Inseguridad, delincuencia organizada, desapariciones forzadas, violencia. Esto fenómenos se encuentran dentro de un mismo campo problemático que necesita ser abordado desde una perspectiva seria. Puedo entender que las presiones políticas suelen empujar a los gobernantes a improvisar discursos o a repartir culpas. Yo me sigo preguntando sobre la acción inteligente y coordinada del estado mexicano para atender y resolver un problema que no distingue partidos ni coaliciones. Me decepciona saber que hay gobernantes más preocupados por construir una percepción de seguridad que en atender el problema de forma sustantiva. Me decepciona aún más ver a una población complaciente con estas actitudes.

Otro problema perverso que advierto es aquel que puede provocarse en unas semanas como consecuencia del ajuste en el énfasis de la relación bilateral entre México y Estados Unidos una vez que el presidente (electo) Donald Trump asuma el poder. Política exterior, inversión, comercio exterior, economía, seguridad nacional, tráfico de armas, tráfico de drogas, control migratorio, ingresos por remesas y un largo etcétera. ¿Puede ver lo que sugiero?. Déjeme ser más claro: la victoria de Trump no es el problema, tampoco lo es la revisión o renegociación del T-MEC o el que el presidente electo haya propuesto a un veterano de la CIA y exboina verde como embajador de Estados Unidos en nuestro país. El problema perverso se relaciona más bien con la incapacidad del estado mexicano de responder de manera efectiva a un entorno dinámico. 

Contrario a lo que se piense, gobernar no es una actividad que puede realizar cualquiera. Mi tesis es la siguiente. México (y sus entidades federativas) puede mejorar la capacidad de lidiar con problemas perversos en la medida en que decida emplear energías institucionales (recursos, política, tiempo, conocimiento) en abordar estos problemas desde una perspectiva consciente y responsable. 

Esto no es para quienes optan por “patear el balón” más adelante y que sea alguien más quien lo resuelva el día de mañana. Esto tampoco es para quien, preocupado por la percepción de eficacia y su popularidad electoral, improvise soluciones y reparta culpas a los villanos favoritos (el pasado, los de enfrente, etc). Esto no es para quien desprecia a la ciencia como un insumo para gobernar.

Los problemas perversos existen. 

X.@marcoivanvargas