Luzma

No estoy muy segura de que mi maestra apruebe esto, porque ella es discreta, pero yo siento la irremediable necesidad de hacerle saber hoy, que estamos las dos vivitas y coleando, todo lo que le debo. Luego ¿ya para qué?  

Cuando era estudiante de Derecho, llegué al salón de Luz María Enriqueta Cabrero Romero, porque la voz popular decía que era muy buena maestra. Yo en ese entonces creía que mi vida se iba a encaminar hacia el Derecho Penal; sabía, eso sí, que nunca litigaría, pero me veía haciendo carrera judicial y ella era la indicada. Llevaba ya varios años dando clase y era entonces Magistrada del Supremo Tribunal de Justicia, en una sala penal, así que era la combinación perfecta. Era también de las pocas mujeres del entonces muy masculinizado claustro de profesores. Yo, hasta entonces no había tenido ninguna otra maestra, así que me sentí irresistiblemente atraída hacia su salón.  Confieso que entré con algo de temor: no quería decepcionarme. Eran entonces poquísimas las mujeres que en la Facultad que podían servir de ejemplo vivo de que se podía ejercer la profesión y que teníamos ahí un espacio. Había un par de profesores que insistían entre bromas y veras, en decirnos que las que estábamos ahí, estábamos porque nuestro único interés era conseguirnos un esposo abogado. Vaya, que la universidad era una especie de antesala mientras nos casábamos. No nos tomaban en serio. 

Así, entré a Derecho Penal con la maestra Luzma y puedo recordar claramente esa mezcla perfecta entre candor y firmeza. La maestra Luzma sabía lo que enseñaba, pero no tenía esa necesidad enfermiza de reafirmase tratándonos a todos como idiotas ignorantes, al contrario. Porque sabía que sabía, su objetivo era claro: enseñarnos lo que nosotros no sabíamos. Ella quería formarnos, no humillarnos. Creo que eso fue la huella que marcó ese año. 

Cuando acabó el curso, yo ya estaba en posibilidad de hacer el servicio social y le pedí un espacio en la Primera Sala, que era donde ella trabajaba. Me dio la bienvenida, me orientó y me dejó en manos de otras profesionistas fantásticas. Vi que sí era posible hacer carrera judicial y que mi maestra era la misma en el salón y en la oficina. Era firme, sabia, pero también generosa, paciente, decidida, dedicada, estudiosa, siempre estudiosa. Era todo en lo que yo quería convertirme. 

Al paso del tiempo y estando en un primer trabajo ya formal, la maestra Luzma me llamó. Había un espacio en su Sala, alguien se jubilaría y quería proponerme para ocupar el puesto. Dije que sí. Entré en su espacio de nuevo, me preparó, me enseñó a proyectar, a ser ordenada, a tener en claro las prioridades del día. Me quedé ahí cuatro años. 

La semana pasada mi maestra decidió jubilarse. Ya no me la encontraré en la Facultad, aunque seguramente la seguiré viendo de vez en vez. Nos ha enviado un audio, así como es ella, generoso y aleccionador. Nos sigue enseñando, nos sigue dando tips, nos sigue compartiendo lo que a ella le ha funcionado y compruebo que todo lo que dice es cierto, porque al menos en mi caso ha sido igual. 

Quiero rendirle homenaje a mi maestra, agradecerle haberme mostrado con el ejemplo cómo se dan clases y cómo se debe de trabajar. Ella, junto con otros, han moldeado lo que soy ahora y lo que quiero ser.  Por eso, lo menos que puedo hacer es dedicarle estas líneas y decirle que conmigo, su misión está cumplida. Gracias, maestra.