Los canónigos de la catedral le pidieron a San Virila que hiciera algún milagro para poder creer en Dios y en los milagros. En ambas cosas habían dejado de creer desde hacía mucho tiempo.
Grandes eran los jerarcas, por eso San Virila decidió hacerles un milagro grande. Alzó los brazos, y la catedral se elevó a lo alto con todo y los canónigos.
De todos los lugares acudió la gente a ver aquel prodigio. San Virila, bondadoso como era, mantuvo arriba la catedral hasta que todo mundo pudo mirar el espectáculo y a nadie le llamó ya la atención.
El frailecito, entonces, se dispuso a volver la catedral a su sitio. Pero entonces sucedió algo. En el solar donde estuvo la edificación había nacido una florecilla. Era pequeña; casi no se veía. San Virila, sin embargo, no quiso aplastarla, y llevó la catedral a otro lado.
Explicó:
-La catedral es obra de los hombres. La flor es creación de Dios. Me atreví a mover lo humano, pero lo divino lo debo respetar.
Los canónigos no le han vuelto a pedir a San Virila ningún otro milagro. Entiendo que siguen sin creer.
¡Hasta mañana!...