“El Ése», le decían, por su costumbre de anteceder todas sus expresiones con la palabra “ése». «Ése, Fulano: ¿cómo estás?". "Ése, qué frío hace”. “Ése, las cosas de la política andan mal”.
El Ése, debo decirlo, era ebrio consuetudinario. Vivía para beber; tal era su principal ocupación. No dije bien: era su única ocupación. ¿De dónde sacaba entonces para pagar sus ebriedades? No las pagaba. Era gorrón, y se las arreglaba siempre para que algún amigo lo invitara o para que algún compasivo cantinero le diera una copa de las toñas, que así eran nombrados los restos de licor o de cerveza que los clientes dejaban, y que se iban echando en una tina para consumo, por unos cuantos centavos, de los borrachines.
Un misionero norteamericano que deseaba atraer al Ése a su redil le dijo cierto día, preocupado:
-Señor don Ése: cada año morir 50 mil personas en Estados Unidos por causa del alcohol.
Respondió él:
-Ése, pos eso será allá, pero acá semos puros mexicanos.
Y añadió luego con bravío acento:
-Ése, ¡viva México, cabrones!
La fecha de hoy me trajo a la memoria al Ése. Murió, en efecto, por sus borracheras. Ahora, en el olvido, es el aquél.
¡Hasta mañana!...