El alpinista resbaló y se precipitó al abismo.
Alcanzó a asirse de las ramas de un arbusto, y eso detuvo su caída. Pero no iba a poder sostenerse ahí por mucho tiempo, y además parecía que el arbusto se iba a desprender.
Angustiado clamó el hombre:
-¿Hay alguien allá arriba?
Se oyó una majestuosa voz venida de lo alto:
-Sí, hijo mío. Estoy Yo, tu padre y creador. Ten fe en mí. Suelta esas ramas. Yo te tomaré en mis brazos y te depositaré en el fondo sano y salvo.
Tras una pausa se oyó otra vez la voz del alpinista:
-¿Hay alguien allá arriba?
Le pregunto yo al viejo que en el rancho del Potrero tiene el cargo de esperencia:
-¿Es cierto, don Abundio, que rezando un credo haces que se detenga un perro bravo que te va a atacar?
-Es absolutamente cierto -me contesta-. Pero eso da mejor resultado si el perro ve que tienes una piedra en cada mano.
¡Hasta mañana!...