Mirador

Este amigo con el que tomo la copa los martes por la noche suele responder a quien le pregunta cuántos años tiene:

-Todos. Ninguno se me ha perdido.

Recuerda mi amigo a la maestra Jesusita. Cuando algún indiscreto -o indiscreta- quería saber su edad le preguntaba ella a su vez:

-Si te la digo ¿te saco de algún apuro?

-No -se desconcertaba el preguntón (o preguntona).

-Entonces no te la digo -remataba la maestra Jesusita.

Yo recuerdo a don Artemio de Valle Arizpe, saltillense. Le preguntaba alguien:

-Don Artemio: ¿cuántos años tiene usted?

-Perdone que no se lo diga -respondía él-. No me gusta hablar de mis enemigos.

Los años, dice mi compañero, son como las aguas del río de Heráclito: se van y se quedan. “Nosotros nos vamos -concluye-, pero si tuvimos vida buena, lo cual es mejor que haber tenido buena vida, quedaremos en el recuerdo de quienes nos trataron”.

Choca mi amigo su copa con la mía y me dice:

-Te recordaré. 

¡Hasta mañana!...