Misterio#1

Estamos rodeados de los misterios de la vida; el de este año ya sabemos cuál es.

Rodeados de ciencia y de sinsentido, de conocimiento y de irracionalidad. De la pulsión de vida y la de la muerte. 

La dialéctica se anula mientras la serpiente devora su propia cola y se une a sí misma mientras se aniquila a sí misma en busca de algo que no comprende, pero que la atrae de manera compulsiva.

Hoy los seres humanos sorteamos la vida entre el riesgo de algo desconocido pero que por si acaso, hay que protegerse. Nadamos en unos aparejos que nos parecen profundos pero seguros con la sola intención de cruzar hacia la otra orilla. 

Y en medio de ese debate interno, común y social, deambulamos por calles y avenidas; de un corredor a otro de una oficina, de la habitación al mar, de una recámara al cuarto de lavado.

Nuestras horas de vigilia llevan encima el piloto automático de la supervivencia, olvidándolo a ratos, retando al destino y encontrándonos con él a la vuelta de la esquina.

Somos humanos; esa especie perfecta que se desarregla y se equivoca más de una vez, tropezando a cada paso con piedras antiguas que no han dejado claro su mensaje.

Seguimos incansablemente el registro de camas, defunciones, contagios, pero a la menor provocación soltamos la toalla para acudir a la reunión familiar en espacios reducidos o amplios que no garantizan más que la buena voluntad de los comensales y los anfitriones.

La vida sigue, imparable, incontrolable, secuencial, compleja y con la dinámica que le pega en gana a cada uno.

Nos “entregamos” cada amanecer a las fuerzas divinas que, como respuesta, no hacen otra cosa más que demostrar su supremacía con la tajada de parámetros de medición que ya no se visualizan en curvas ascendentes: todo es un pico imparable. Ya no hay valles ni llanos porque la cifra ha alcanzado el calificativo de escenario de desastre.

Y quizá como siempre, la humanidad aprenderá tarde o temprano; o más que aprender se adaptará a tal escenario y si no le alcanza para acomodarse a él, pues pasará a engrosar cementerios y velatorios desiertos de deudos a quienes no les es permitido acompañar a su ser querido a esa última y romántica morada.

Pero no todo es drama; que los salones de fiesta se recuperan y los restaurantes y comederos vuelven a sentir el calor de clientes antes ausentes. La comida a domicilio aumenta sus pedidos y las mueblerías repuntan para satisfacer la demanda de residentes que desean mayor confort en hogares que ahora sí son habitados.

Los perros y mascotas son los más felices, y las madres de pequeños un poco desgraciadas pues no se dan acopio con la escuela en tv o en ipad. La maternidad se desdibuja y los padres son maestros, jardineros, chefs, intendencia y choferes en el mejor de los casos. Para hablar del extremo opuesto se ha terminado la plana en blanco.

Volvemos a este miércoles, cargados de esperanza que aprendimos en los últimos días y con cierto cuidado, pues no vaya siendo que esta semana nos toque.