Cuenta la Maestra Denisse Dresser en una viral entrevista, que, en alguna ocasión el entonces Presidente Salinas la invitó a una gira a bordo del avión presidencial y al estar junto a él, observaba indignada como otros invitados le rendían pleitesía, con esa genuflexión muy característica del mexicano frente a los poderosos. Le agradecían zalameramente: "gracias señor Presidente todo lo que Usted hace por los pobres", esto mientras Denisse pensaba, porque ella le rendiría esa pleitesía a un hombre quien es tan sólo un servidor público que hace un trabajo y, remata diciendo la Maestra Denisse que le gustaría ver a más mexicanos críticos y exigentes con sus gobernantes.
El fragmento de esa entrevista me permitió reflexionar sobre lo que este país ha venido arrastrando -quizá desde el inicio de la época colonial-, pero exarcerbado a fechas recientes. Decía Daniel Cossío Vilegas en su obra: "El estilo personal de gobernar", que los Presidentes de la República al obtener el cargo, anhelaban imprimirle su sello personal al puesto, para que -en su mente ególatra-, la gente los recordara por toda la eternidad, megalomanía que alcanzó a toda la clase política en el México del siglo XXI, sean de chile, mole o guacamole.
Mire Usted, imagine que un obrero de la línea, en cualquier fábrica de nuestra pujante zona industrial, cada que terminara su trabajo, colocara un tapanco, pantallas, pusiera sillas, mamparas, invitara a sus compañeros distrayéndolos de sus propias actividades, le pagara a un orador culto y elegante, bueno hasta llevara batucada; todo esto, sólo, para anunciarle a su jefe, (al que muy amablemente le pide que le aplauda), que ya hizo lo que tiene que hacer o peor aún, para anunciar que va a arrancar su jornada laboral.
Esto ocurre, estimado lector, cada que un servidor público monta escenarios, coloca espectaculares, -que por cierto no son nada baratos-, sólo para informar a la ciudadanía (su jefe), que ya hizo lo que tiene que hacer, absurdo, no le parece. Este símil nos remite a la puntual reflexión efectuada por Denisse Dresser, y es que en el momento en que los ciudadanos dejemos de ver a los gobernantes sean del partido que sean, como seres inalcanzables, lejanos, decía Juárez: "como reyes de teatro", en ese momento el empoderamiento ciudadano revertirá la ecuación y colocará en su justa dimensión el poder político, el cual, debe ser un instrumento de servicio y una forma digna de trabajo a la comunidad, pues un cargo público asemeja más a una forma de apostolado civil, que a ser espacios para darle rienda suelta al ego y caer en la trampa de la vanidad aparejada de la mala consejera que es la soberbia.
Por eso, el mundo seguirá admirando la sencillez y ejemplo del uruguayo Pepe Mujica, quien nunca expresó ni en público ni en privado, que quería ser recordado como el mejor Presidente, condujo su vochito hasta que la salud se lo permitió, vestía de modo sencillo sin que dejara la sobriedad de ponerse traje y corbata cuando el acto de Estado así lo ameritaba, habitó en su casa de toda la vida al lado de sus mascotas y de su mujer, hogar donde finalmente murió.
Para la mayoría de la clase política mexicana, acostumbrada al aplauso que, por fácil, es también forzado, esta forma de conducta pública puede hasta ser considerada mediocre, pero si lo pensamos bien, no es así, pues el servicio público es una de las más nobles vocaciones que permite vivir en la tranquilidad de una honrosa medianía, siempre que se ejerza el cargo con el corazón y el sincero ánimo de servir al otro, es decir, tapar el bache aún si quien se beneficia, no sabe quien lo tapó, porque lo que se busca es servir y no otra cosa.
Finalmente, como lo expusiera Denisse Dresser, o si prefiere Usted Maquiavelo en su Príncipe, ambos coinciden en que el poderoso siempre estará rodeado de aduladores zalameros que le jurarán lealtad, algunos de ellos serán ebrios consuetudinarios, otros le usarán para saciar sus más bajos instintos, pero ambos lo meterán en problemas; no sobrarán también ignorantes asesores o simpáticos cortesanos, que le dirán todo el tiempo lo "guapo" que es, pero ni la lisonja es cierta ni el que adula sincero.
La ciencia política y las leyes del poder -que ya muy pocos estudian-, establecen que, cualquier mandatario siempre le será más valioso un consejero crítico, un ciudadano exigente y un adversario inteligente, porque, como el obrero de nuestro ejemplo, el mandatario, quien es también un servidor público, lo único que tiene que hacer es bien su trabajo, todo lo demás es pura vanidad.
"Más reinos derribó la soberbia que la espada, más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros."
Los leo ahora (lovers y haters) en la red social pública de Facebook: Jorge Andrés.