Antes de todo eso, podríamos hacer una pausa para despejar esta incógnita: ¿Cómo es que alguien tan limitado y con tan bajas perspectivas a partir de su nacimiento y sus estudios, fue capaz de concentrar tanto poder para amenazar el curso histórico de un país tan grande y diverso como México? Claro, pueden influir las circunstancias, la suerte, las derrotas, la intuición, la audacia, la tenacidad y, en especial, sus eficaces mañas y los reiterados errores (subestimaciones) de sus numerosos enemigos.
Algo mayor en edad y bastante resentido llegó AMLO a la presidencia, con fuertes dosis de amor y de odios, así como una colosal y petulante aspiración por “hacer historia”, que se le fue complicando demasiado… Hacia el final, confluyeron muchos problemas.
Para situar todo ello, debo confirmar que yo de ninguna manera amaba al Líder, pero tampoco llegué a odiarlo. De hecho, rechacé una y otra vez las gustadas etiquetas de Anti-AMLO, Anti-Peje, Anti-4T al 100%, tan presentes en las redes. Aún menos me consideré Anticomunista o Antisocialista, que además no venía al caso (era de otros tiempos y lugares). En general, siempre traté de evitar los “antis” (sólo quizás anticorrupción, antiabuso) y he preferido los “pros” (ProMéxico, proinversión, proempleo, prodesarrollo).
Sin duda estaba yo en contra de las mentiras, los retrocesos, las políticas equivocadas (economía, seguridad, salud, educación…), pero no de las personas como tales. A mí él me provocaba más bien ternura por su ingenuidad y desconocimiento en áreas como educación, economía o relaciones internacionales, aunque sus errores no dejaban de ser muy perjudiciales.
Así el odio de tantos creció demasiado y alcanzó niveles inquietantes. Se generalizó el insulto y la agresión en ambos sentidos, con cuentas pendientes de cualquier lado. Tal vez fue más en las grandes ciudades, aparte de que todo se veía nutrido por lo descarnado de un lado y el enfurecimiento del otro.
En fin, hace unos años estuve en aquella enorme concentración en la Plaza de la Constitución de la capital del país: el llamado Zócalo (originalmente el pedestal de la asta bandera central) se desbordaba en las calles aledañas. Muchos ni siquiera pudieron llegar a la explanada y, al término del evento, los accesos se volvieron salidas que desplazaban a quienes aún querían entrar.
Una de las pancartas que más me gustó allí fue la que, en manos de un charro negro (no rosa ni blanco), decía con precisión en 8 renglones: No defiendo al pasado; No defiendo a ningún partido; No defiendo a ningún delincuente; No defiendo a ningún presidente; Me defiendo a mí mismo; Defiendo mi voto; Defiendo al poder del pueblo; Defiendo a la democracia. Breve y muy clara, me pareció, y sólo subrayaban el quinto y sexto renglón.
Coincidí, entonces, en que “faltó Zócalo” sin necesidad de acarreos ni altos costos y que el mandatario se desestabilizó con todo esto, aunque lo minimizara. No era otra cosa que el miedo a perder el poder y enfrentar la Justicia, el cual se disparó a través de acciones desesperadas para controlar el INE y la SCJN, que resultaron muy burdas y onerosas. Ya eran incluso escándalos en el extranjero.
Igual y con eso engañaba todavía a los feligreses, pero el ambiente empeoró por las absurdas e insultantes reacciones en las mañaneras. Nos llamó corruptos a todos los participantes en la marcha, lo que para muchos como yo es inaceptable y, desde luego, le tocaba a él y su familia, junto a sus agresiones a medios y organismos internacionales.
Fíjense, en la plaza resonaron las palabras de Beatriz Pagés sobre “la crónica de un fraude anunciado”, pues era el miedo lo que explicaba la obsesión contra el INE y la democracia para el 2024. Lo peor se evitó poco después al convencerse la Suprema Corte de las aberraciones procesales de los diputados, que mencionó allí José Ramón Cossío, y recordamos ahora que un nuevo gobierno recibió el desastre generalizado pese al pavor de los responsables que trataban de mantener ocultos ciertos datos.
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