No rentistas

Llegó una monjita a confesarse. “Di tus pecados, hija” -le pidió el sacerdote-. Y comenzó la religiosa: “Dos litros de aceite; una lata de puré de tomate; un kilo de huevos; aceitunas; jabón; una bolsa de detergente...”. “Hija -se sorprendió el confesor-. Eso parece una lista de compras”. “¡En la yo! -exclamó la madre-. ¡Dejé mis pecados en el súper!”... Otro de confesión. Dulcilí, muchacha ingenua y cándida, fue a confesarse con el Padre Arsilio. “Me acuso, señor cura -le dijo atribulada-, de que anoche mi novio Libidiano empezó a besarme y a acariciarme toda. Preguntó el confesor: “¿Y lo pusiste en su lugar?”. “No, padre -respondió contrita Dulcilí-. Precisamente ahí estuvo el pecado. Lo puse en el mío”... Ovonio Grandbolier, joven holgazán dado a la pigricia, fue a pedir la mano de su novia. “¿Con qué ingresos cuenta usted?” -inquirió el cejijunto papá de la muchacha. Respondió Ovonio: “23 mil pesos al mes”. “No está mal ese ingreso -concedió el padre-, y más si se le suman los 20 mil pesos que gana Susiflor”. Aclaró Grandbolier: “Ya están contados”... Bienvenidos los inversionistas extranjeros, sí, sobre todo los norteamericanos. Pero lo que México necesita no es atraer usureros, sino lograr que vengan empresarios. En buena parte por causa de los especuladores del exterior estamos afrontando los graves problemas económicos que ahora nos agobian. Los dólares que aquí vengan deben estar aplicados a la producción de bienes y de servicios, no al simple cobro de jugosos réditos. Necesitamos gente de empresa, no rentistas. El problema es que México fue convertido en paraíso de especuladores. Estos, cuando otrora fallaron sus expectativas de ganancia considerable y fácil, reaccionaron violentamente contra México y calificaron a sus funcionarios de mentirosos y defraudadores. Los aventureros monetarios quieren lucros enormes y sin riesgo. Damos la bienvenida al dinero del exterior. Ciertamente lo necesitamos, quizás ahora como nunca. Pero ese dinero debe servir para generar empleos, no para generar intereses. La legislación sobre inversión extranjera ha de atraerla, pero ha de mirar sobre todo al bien del país... Este era un pobre niño trasojado, bisojo o estrabón, es decir bizco. Llamábase Turnito. Una tarde su mamá lo llevó al cine. Al regresar a casa quiso saber su abuelita: “¿Qué película viste?”. Respondió Turnito: “Las Dos Blanca Nieves y los Catorce Enanitos”... “¿De veras es liviana tu vecina?” -le preguntó un tipo a otro. “¿Que si es liviana? respondió el otro-. Mira: en el closet tiene un letrero que dice: ‘Hora Feliz, de 9 pm a 12”... Con su enorme trompa el gran elefante africano bebía en el río. En eso llegó Tarzan a bañarse. Se quitó el taparrabos y caminó hacia la corriente. Lo miró el elefante y le dijo: “Tú has de tomar poca agua, ¿no?”... El maestro le pidió a Juanilito que pasara al pizarrón. Le dijo: “Vamos a hablar de las aves, que son animales ovíparos, o sea de los que se reproducen por medio de huevos. A ver, dibuja un huevo”. Juanilito tomó un gis con una mano y la otra se la metió en el bolsillo del pantalón. Desde atrás gritó Pepito: “¡Está copiando, profe!”... La encargada de la tienda le preguntó a la señora algo robusta que había ido al vestidor a probarse una prenda: “¿Le quedó el vestido, señora?". Respondió, mohína, la mujer: “Lo que no me quedó fue el vestidor”... “Tira a la basura esa planta -le indicó el marido a su mujer-. Tiene las hojas flácidas, sin fuerza, lánguidas y caídas”. “Si quieres la tiro -aceptó la señora-. Pero viéndola me acuerdo de ti”... FIN.