Todas las noches en este punto del planeta son mexicanas, pero hay una que va con mayúsculas. La Noche Mexicana, el inicio de la Independencia, marca el punto de inicio del territorio que nos vio nacer, y a pesar de todos sus cambios geográficos, sociales, políticos y económicos, nos hermana.
Como José Emilio Pacheco, “no amo mi patria, / su fulgor abstracto es inasible. / Pero...”. El pero inevitable. Nuestro bélico Himno Nacional —”el más bello después de la Marsellesa”, dice la leyenda, una leyenda adaptada y adoptada por la mayoría de países latinomericanos—, basado en el poema del potosino (one hit wonder) Francisco González Bocanegra, nos convoca a aprestar el acero y el bridón, mientras hoy el Ejército se apresta a tomar el mando formal de la Guardia Civil.
En el vaivén sináptico de la actualidad con la memoria vienen los recuerdos de las declamaciones corales en la primaria a la patria, sus héroes o Símbolos, como “México, creo en ti” y “La suave patria”, o la emoción al (des)entonar canciones como “México lindo y querido” o “Canción mixteca”. Cursis quizá, como todo poema de amor.
México no es la antigua Tenochtitlán, como San Luis Potosí no es solo la ciudad colonial o sus pueblos mágicos. Con o sin letras munumentales es primero la cuadra, el barrio, y luego es un imaginario más o menos compartido, fronteras y mojoneras incluidas. Los que cantan el Himno en eventos deportivos no se la saben y los que viajan en combi sí. ¿Qué nos identifica? ¿La cohetería o los bigotes made in China? ¿Obras públicas hechas ‘a lo viva México’? ¿Un refresco que se anuncia como la bebida «nacional»? ¿Las quesadillas sin queso? Resulta también que en estos tiempos un(a) cantante o un grupo ‘de fueras’ triunfan en México cuando desde el público les avientan el peluche de la mascota de las farmacias de similares. Todo cambia, menos el grito de ¡viva México!
Releo, por ejemplo, de Juana Meléndez: “Esta es mi tierra, quizá mi mundo, quizá mi río. / El hilo de su aliento a mi carne se ata / y lo vivo por dentro, desoladoramente mío, / como vivo este ancho silencio / que se agarra a mis huesos y martilla mi entraña”.
Dea Miguel Álvarez Acosta: “¡México, patria desnuda, / di que no estás tan demente /par decir que es el charro /tu símbolo y tu relieve! / Di mejor que es la mezclilla / y el ‘guarache’ los que tienen /con la manta, el tipo claro / de tu pueblo y de tu gente”.
“Retrato de un politólogo”, de Joaquín Antonio Peñalosa: “Entre sus teorías / el traje a la medida de la patria / diez años de escritorio / dieron por resultado una república / la más clara y perfecta // sin pensarlo demasiado en una noche / los militares rectificaron / el hermoso juego de ajedrez”.
Y este de Alberto Blanco: “Que no falten / el martillo y el cincel; // que no falten / los camiones y los autos; // que no falten / los perros ladradores; // si no te gusta el ruido / es que no eres mexicano”.
La estatua de la Plaza de los Fundadores no es de San Luis Rey, dijo Papuy (Luis López Palau), como la niña señaló que el emperador iba desnudo. Y sí. Tampoco debería estar ahí, pues el santo francés no fue de quienes fundaron este pueblo. El medio es el mensaje, diría McLuhan, y ya es San Luis porque ocupa ese espacio. Eso con que nos representamos o el gobierno nos endilga (presentándolo a veces como “ancestral” o “tradicional”) es una máscara que a fuerza de portar se apropia de nuestra forma de ser.
Tiempos de descubrir impostores (“masiosares”) nos aguardan. Mezcal y tequila nos acompañan a velar armas.
Felices noches mexicanas. Todas.
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Posdata: El primer homenaje a Miguel Álvarez Acosta, a 115 años de su nacimiento, fue un éxito, y y en el Othoniano tuvimos el gusto y honor de que nos acompañara la hija del homenajeado, Kena Álvarez Puyou. La biografía tiene cada vez más material y va para largo. Hay planes de eventos en varios sitios, y esperamos apoyo de autoridades municipales, estatales y nacionales.