Nombrar la casa

Dicen que fue en Pont Notre Dame donde a finales del siglo XV se comenzaron a numerar las casas y hasta tres siglos después este método de organización se popularizó en toda Europa. Resulta fácil imaginar que en poblados pequeños, aquello no era necesario. Identificar un lugar se reducía a preguntar dónde vivía el herrero o hacia dónde caminar para encontrar al panadero.  Los lugares se referenciaban dependiendo lo que tuvieran cerca o señalando las características físicas del edificio en cuestión: “Caminas hacia el frente hasta llegar a la iglesia, de ahí hay que dar vuelta a la derecha, y frente a la casa de fachada de ladrillo estará la tienda de sombreros.  Está pintada de azul.” Por supuesto que resultaba mucho más sencillo porque era casi seguro encontrar una sola iglesia, un solo herrero y una sola panadería por poblado.  

Sin embargo, era costumbre que las fincas de campo, donde no había mayores referencias, tomaran un nombre propio, que usualmente estaba relacionado con algún punto geográfico; entonces la casa acababa siendo conocida por el lugar donde estaba: La Finca de la Montaña, la Casa del Río, Granja del Roble.  Fuera de la necesidad, únicamente los ricos se daban el lujo de bautizar sus propiedades. De entrada, tenían que identificar una casa de la otra, sobre todo cuando estaban en el mismo condado o provincia, y también porque no ponerle nombre resultaba demasiado ordinario. No resultaba extraño bautizar a las casas con el nombre de pila de los dueños o de algún familiar a quien se quería homenajear. Entonces, abundaban las fincas María, Santiago, Ana... o bien, el nombre de algún santo relacionado con la familia: Quinta San Miguel, San Ignacio, Santa Cecilia.  La excepción fueron ciertos lugares de Europa donde todos mundo nombraba sus casas, como en ciertas regiones de Cataluña, o en Finlandia, donde además, entre 1820 y hasta 1910 se tomó la costumbre de identificar cada cuadra con un nombre propio, usualmente de animal; entonces podríamos encontrar la Casa Miraflor, en la manzana Zorro. Con el tiempo, la tradición cayó un poco en desuso, salvo en el caso de algunas propiedades de descanso que tomaron nombres pintorescos para hacer notar que aquello no era un lugar común y corriente.  Curiosamente, cuando se crearon plataformas digitales que se especializaron en ofertar espacios para alojamiento fuera de los tradicionales hoteles, nombrar las casas volvió a tomar sentido. No suena igual poner en renta el departamento de Iturbide 300-Altos, al “Cariño Mío: depa ideal para parejas” 

Desde hace unos meses que he hecho del centro de la ciudad mi hábitat, me he encontrado, casi sin querer, bautizando fincas. Nos saludamos todos los días  en un afán cotidiano de reconocimiento mutuo, porque creo que más allá de nombrar una casa por el simple hecho de ubicarla, el nombre le otorga identidad y pertenencia. Las casas tiene carácter. Hay lugares que se encuentran irremediablemente destinadas a albergar momentos y personas en dicha, mientras hay otras que parecen condenados a sobrellevar tragedias consecutivas. Paso, por ejemplo, por los Arcos Ipiña, y pienso en María Asunción, llorando desde San Antonio Texas, al leer la carta de su criada informándole que una marabunta de sombrerudos a caballo se habían subido con todo y bestias al segundo piso, donde era su vivienda, para destrozar lo que encontraban, robarse lo que podían y aventar desde los balcones los finísimos muebles franceses.  Con el tiempo, la casa de los Ipiña se ha reducido a los puros Arcos, y nadie en San Luis puede imaginar al centro sin el edificio.

Se van dejando en las calles por las que transitamos, en los edificios que nos custodian y en las casas donde vivimos, partes de la historia personal y de las familias que los habitan. Así, de pronto ladrillos, cemento y adobe toman carácter y se vuelven un personaje más, uno de nosotros. 

Muchas veces damos por sentado nuestros escenarios, sin reconocer que son mucho más que un simple número en una calle cualquiera. Por eso quizá valga la pena nombrar las casas y quizá entonces, ellas también nos otorguen el nombre que merezcamos en su vida.