Es el título de una clásica novela de fantasmas y terror, de la autoría del inglés Henry James, a fines del siglo XIX, y acomoda bien como frase para ilustrar, como lo advierte Katu Arkonada (“La Jornada”, 12 de octubre de 2019), la nueva embestida del capital financiero transnacional, representado por el FMI (Fondo Monetario Internacional), para el caso del actual conflicto que se vive en Ecuador, pero que amenaza también a otras naciones, incluyendo a México. El hermano país sudamericano vive una seria convulsión social ocasionada por las presiones del organismo financiero en mención, traducidas en la materialización del paquetazo económico impuesto por el presidente Lenín Moreno, mediante el decreto 883, que suprime el subsidio gubernamental a las gasolinas (sobre todo al diesel, pero también a la gasolina regular) afectando gravemente a transportistas, campesinos, indígenas, empleados públicos y clase media en general, generándose una rebelión social que, a su vez, trata de ser sofocada con la fuerza estatal, declarando el estado de excepción y advirtiendo del uso de armas letales (Ibid., 13 de octubre de 2019).
Y todo por un préstamo de 4,200 millones de dólares del FMI que, ya se sabe, “no da paso sin huarache”. El fantasma del militarismo latinoamericano asoma de nuevo y el terror se ha instalado en Ecuador, como antes ocurrió en Brasil con el ascenso de Jair Bolsonaro y se insiste contra Nicolás Maduro en Venezuela. En el fondo, es el viejo imperialismo auspiciado por gobiernos injerencistas como el de Donald Trump y sus asociados en la región (como el gobierno colombiano de Iván Duque) para garantizar los intereses del gran capital financiero transnacional especulativo y depredador. En el caso de Ecuador, después de diez años (2007-2017) de “revolución ciudadana” de Rafael Correa y Alianza PAIS empezó la recomposición de fuerzas en la derecha para revertir una cierta redistribución social del ingreso, que se había logrado para paliar la pobreza, involucrando al ex-mandatario ecuatoriano en la red de sobornos del gigante corporativo de la construcción “Odebrecht” y, ahora, como señala Arkonada, “dando un giro más a la derecha”, otra vuelta de tuerca, para reinstalar plenamente el régimen neoliberal.
Y, como apuntábamos antes, México debería “poner sus barbas a remojar” porque, en la primera revisión anual que hace el FMI al gobierno de AMLO, ya “salió el peine” de ese organismo, pretendiendo que el actual gobierno mexicano busque gravar con 16 por ciento de IVA los alimentos (Ibid.), bajo el pretexto de que el mayor gasto público requerido para los nuevos programas sociales presiona el nivel de la deuda externa y el déficit fiscal, esto es, el discurso de mantener “sanas” las finanzas públicas mientras la economía de las familias se va deteriorando. Afortunadamente, el presidente AMLO se ha mostrado prudente, pero solidario, con el manejo de la economía popular y aunque ha dicho que el neoliberalismo ha terminado, no se debe dar por sentado eso por decreto, sobre todo si varios sectores de la derecha están al acecho para descarrilar el proyecto de la 4T, requiriéndose la mayor unidad posible del pueblo para acompañar el cambio. Entre paréntesis, es preocupante que en la propia izquierda se den disputas extremas por el control del aparato partidario que, en teoría y práctica, debería fortalecer al presidente AMLO.
El maestro René Zavaleta distinguió entre el “pequeño terror” que suele acompañar la represión estatal inmediata de sectores populares movilizados, del “gran terror” que implica ir más allá de ese horizonte inmediato y busca una reconstitución ideológica del presente, una “hegemonía negativa” que, en el caso ecuatoriano, significa terminar con los “daños” causados por el “populismo” del gobierno precedente, todo ello en aras de una regresión autoritaria conveniente para el gran capital financiero transnacional que nunca ha estado ausente, solamente replegado, listo para regresar por sus fueros.