“Cuando era niño deseaba —sin saber por qué— parecerme a las personas mayores, y desde que fui persona mayor, más de una vez quise parecer un niño”.
León Tolstói.
Caminaba cierto día con un amigo al salir de un restaurante para llegar a nuestros respectivos vehículos, lo cual fue por insistencia mía de no utilizar el servicio de “valet”, por razones de seguridad. Bueno, el asunto es que pasamos por donde se encontraban un sujeto a bordo de una camioneta pickup color negro, y me dice discretamente: “Ese es narco”. -Le pregunto. Por qué lo supones. Se le ve a leguas. -Me contesta.
No somos, pero parecemos. El peligroso juego practicado en México, en el que se puede perder la vida o desaparecer para siempre. Lo juegan tantos unos como otros. Lo practican autoridades de los tres niveles de gobierno, fuerzas armadas, civiles bandidos y uno que otro ciudadano común y corriente, al que se le antojó “eliminar” a alguien porque simplemente pensó que corría peligro y le parecía un malhechor.
Ese terrible tema, de tener determinada apariencia o aspecto ha sido determinante para estar en peligro. Por esas extrañas razones de querer consciente o inconscientemente de parecer lo que no somos, o por la mala suerte de tener “mala pinta”, como diría mi abuela, que nadie tiene la culpa de la cara con la que se nace, pero sí de la jeta que se carga.
Hoy, es causal de perder la vida o desaparecer por la simple y sencilla razón de lo que parecemos, o por la mala pinta que nos cargamos, con el factor componente de que para algunos somos, simple y sencillamente lo que aparentamos.
O, lo que es peor, como mi amigo, qué en su imaginario ya se ha hecho a la idea de que los narcos son como el pobre chofer que estaba en la camioneta a la espera de la salida de su patrón del restaurante.
Parecerse a lo que no somos en realidad, me dirán, que eso sucede en todo el mundo, sí, pero acá, es peligroso y no abstracto. Creemos que es bandido o narco una persona que se parece a otra persona, tanto en lo físico como en su “pinta”, son los prototipos que hemos creado a lo largo de años y años de criminalidad, telenovelas, cuentos, revistas, películas y un sinfín de cosas, que tristemente nos han inculcado: -Qué, el que parece, es-.
Peregrinamente en una simple lógica visual, deberíamos ser lo que somos, parecemos y a lo que nos dedicamos, por ejemplo: El Presidente de la República, un Ejecutivo Federal; Los políticos, qué les digo; El Juez, pues justicia; El policía, autoridad; El bombero, apagafuegos y así por el estilo. Desgraciadamente estamos estigmatizados. Los que son reales (bandidos), no parecen lo que son. Los que no son (civiles), parecen que lo son (bandidos), y los que, si son en verdad (bandidos con charola), por más que se echen garras encima y se metan cuchillo facial, si son.
TAPANCO: Asesinan a jóvenes en la frontera norte por creer que son bandidos y escuchar (los militares) un estruendo. Desaparecen y matan a extranjeros por parecer integrantes de otro grupo delictivo (la maña) y por su color de piel. En fin, un alucín como tendencia de simple apariencia y de parecer lo que no sé es y lo peor, de pretender parecer lo que no sé es. Parecer otra “cosa” y qué se sospechará por los “otros”, por esa apariencia, es ya una cuestión de vida o muerte, consumada tanto por autoridades como por reales mañosos bandidos.
@franciscosoni