La "nueva escuela mexicana" no es una escuela. Es una estrategia de adoctrinamiento. Los libros de texto que el gobierno empieza a distribuir lo dejan muy claro. No ofrecen a los niños un camino para desarrollar su curiosidad, no les dan claves para descifrar el mundo, para insertarse en su comunidad con herramientas de conocimiento. No trazan una ruta de aprendizajes sino consignas para apretar al puño. El pedagogo marxista Paulo Freire ofrece el trazo básico de esa estrategia. El admirador de Fidel Castro no solamente aporta una pista para abrir el aula al diálogo, sino la orden de emplear la escuela como trinchera de la revolución..
Uno de los propósitos centrales de eso que el oficialismo llama "revolución de las conciencias" es la identificación del opresor. El maestro no es la persona que comunica amor por las letras o entusiasmo por las ciencias a cada uno de sus estudiantes, es el militante que agrega aleccionados a su causa. Su impacto verdadero no está ahí, en el salón de clase, sino afuera: en la política. El niño como persona, como individuo con talentos y retos únicos, queda borrado en este comunitarismo que subordina el aprendizaje a la causa de la revolución. Uso la palabra "revolución" porque es la que emplean los catequistas. En el manual para los profesores de primer año de primaria se instruye a los docentes para que asuman el sitio que les corresponde en la lucha de clases. La cita es de Freire: "Sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor, y se comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer en sí mismos, superando así su complicidad con el régimen opresor." Esa la "reflexión crítica" a la que convocan los redactores del manual. Esa es la tarea que deben hacer los profesores antes de enseñar el abecedario y la suma del 2 + 2. La SEP no da herramientas prácticas a los profesores para dar clases, no comparte técnicas para provocar curiosidad, para estimular la atención de su grupo, para mejorar sus capacidades pedagógicas.
El abominable manual para los profesores de sexto año de primaria es un panfleto que glorifica la guerrilla. La vía armada es enaltecida en un libro oficial del gobierno mexicano como demostración del verdadero compromiso con el pueblo. La SEP invita a los profesores a enterrar los fusiles porque podría ser necesario volverlos a usar. La Revolución Cubana se pinta como un camino a la utopía, las "pequeñas" expropiaciones revolucionarias se describen como razonables estrategias de lucha y el secuestro de Eugenio Garza Sada se describe como una "retención", una acción en la que, simplemente, perdió la vida un empresario. La vía armada es enaltecida como la "herencia cultural del magisterio". "Seremos como el Che" decía la propaganda castrista. Seamos como Lucio Cabañas, es la convocatoria de la SEP.
La lectura es necesaria para la toma de conciencia crítica, dicen los autores. ¿Qué lecturas sugiere? El capital de Marx, el ¿Qué hacer? de Lenin, Las venas abiertas de América Latina, la Pedagogía del oprimido, de Freire, por supuesto, y libros de Gramsci, Foucault, de Marcuse, de Lukács. Lecturas todas que refuerzan una ideología. Valdría recordar las lecturas a las que invitaban los libros de texto que desecha el régimen. Lecturas que no pasaban por el embudo ideológico, sino que expandían la imaginación al comunicar el placer y la inteligencia de la literatura. El libro de Lecturas para sexto año que coordinó con admirable sensibilidad Felipe Garrido, invitaba a leer a Horacio Quiroga y a Emily Dickinson, a Edgar Allan Poe y a Vicente Huidobro. Incluía poemas visuales de Appollinaire, y cuentos breves de Tolstoi y de Tito Monterroso. El alumno podría leer ahí fragmentos de Alfonsina Storni, Silvina Ocampo, Borges, Rosario Castellanos y García Márquez. Y también aparecía. ¡bu!, Octavio Paz. Eran lecturas para ensanchar el mundo, no para regimentarlo.
Leer los libros de texto primero indigna, luego entristece. En el caos de sus páginas se perderán profesores y alumnos. Con estos libros mal hechos y mal pensados se invita a millones de niños a sospechar de la ciencia y a darle la espalda a la técnica para reverenciar una tradición intocable. Muy lejos de su retórica, estos libros defienden una pedagogía de la postración.