Pedalear la bicicleta

Pedalear una bicicleta es en extremo placentero, sobre todo cuando es ajena, dicen. Andar en bicicleta es, por sí mismo, un acto de recreación envidiable, no sólo porque se relaja el espíritu, sino porque el esqueleto siempre agradece que sea movido. El plus del gozo aparece, entonces, como ese alborozo que nos produce la travesura de montar un aparato ajeno, como cuando de niños andamos tocando el timbre de otras casas y echamos a correr lejos. Nada más por eso, habría que reconocerle a cualquier gobierno la preocupación por ampliar el derecho a darle vuelo a ese gusto, por demás legítimo, de pedalear la bicicleta, con independencia de que sea propia o de un tercero.

Lo anterior viene a cuento porque, en estos días, anda en boca de una parte de la sociedad potosina la puesta en marcha de una “ciclovía” en céntrica avenida. ¿Qué sucederá con esa acción, que se plantea como la primera de una serie para mejorar el caótico tránsito de personas y vehículos de todo tipo en la capital potosina? Quién sabe porque, ni modo de jugarle al adivino. Lo cierto es que urge toda una estrategia de movilidad y ordenamiento viales, que hagan de la ciudad algo más de lo que algunos, despectivamente, denominan “pueblo bicicletero”, pero dejando a salvo el derecho a pedalear la bicicleta, sea por gusto, sea por cotidiana necesidad de traslado a un sitio dado.

En todo caso, pedalear la bicicleta de manera segura es un acto que debe ser alentado. Despejar el camino de riesgos y obstáculos es el primer paso para lograr que el ejercicio de ese derecho pueda darse sin sobresaltos. Eso de andar con las preocupaciones de sufrir un desaguisado, solamente puede entenderse cuando se practica en otros lados, como cuando de un deporte extremo o temerario se trata y cualquier peligro grave es tomado con desparpajo. Como ya se ha visto en el caso señalado, los conos de color naranja son parte del nuevo paisaje que ha de ser respetado, so pena de alguna infracción que, esperamos, no sea mera estrategia de recaudo.   

Se ha aclarado, por parte de la autoridad municipal, que la apertura de la ciclovía es apenas un plan piloto, y que en su momento se harán las correcciones del caso, así como la debida conclusión de ese proyecto -y otros- de movilidad urbana que necesitamos. Pero los granizos que nunca faltan se han calentado por anticipado y apuestan al fracaso de ese plan, alegando que saldrá más caro el caldo. Parece temprano para el adelanto de vísperas y, más bien, lo que se aprecia es que, instalados en la sucesión gubernamental a dos años, toda acción que se emprenda, desde cualquier lado (políticamente hablando), inevitablemente, será objeto de algún cuestionamiento interesado.

Ya antes nos hemos referido, en este espacio, a un libro célebre de Gabriel Zaid, titulado “Como leer en bicicleta” (1975), rescatando el llamado que, entre líneas, hace el autor para atreverse a realizar acciones que, así sea que conlleven un riesgo calculado, nos permiten demostrar que se puede lograr un resultado. De otra manera, si no somos capaces de arriesgarnos a mover la imaginación (así sea siguiendo elementales pasos) en bicicleta, menos lo haremos en cualquier otra oportunidad y espacio que tengamos, sobre todo si nos gana el miedo y al suelo miramos. Por el contrario, “tomar con firmeza el manubrio y mirando al frente”, dice el diccionario, es la mejor manera de moverse en ese juego por todos practicado. 

Así las cosas, los vaivenes que pueda tener, en la maledicencia pública, el proyecto señalado, no serán más que consecuencia del ambiente de crispación política que, por distintos actores interesados, ya se ha prohijado. Pero al final del día, esperamos, de todos modos estará instalado el espacio para pedalear, como se pueda, esa bicicleta que tanto necesitamos, no sólo para recuperar espacios físicos, recreativos y culturales del ciudadano (ya luego nos referiremos a otros lugares que han sido progresivamente negados para el sano esparcimiento y disfrute colectivo necesarios), sino sobre todo, de dar un salto de calidad para lograr una ciudad que no se reduzca al interés de unos cuantos.