La semana pasada comentamos la entrevista al sicario contratado para atentar contra el periodista Ciro Gómez Leyva, y hace dos semanas la sangrienta parodia política que es la serie de televisión The Boys. El sábado 13, ya cuando terminé de escribir esta columna y la mandé a Pulso, sucedió el atentado contra el expresidente y hoy de nuevo candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, quien con esto parece allanar el camino electoral y será nuevamente el POTUS (President of the United States), dada la debilidad física y mental del actual presidente, Joe Biden.
Según la versión oficial, un joven tirador se apostó en un tejado, a unos 150 metros del estadio de Pensilvania donde Donald Trump daría un discurso de campaña. Se oyeron ocho disparos y se desató el caos. Hubo tres muertos, incluido el atacante, pero la bala más cercana solo pasó rozando su oreja derecha. Según la CNN, “Trump levanta el puño en el aire —lo que provoca una fuerte ovación de la multitud del mitin— y pronuncia la palabra fight tres veces mientras agita el puño”.
Los agentes encargados de su seguridad lo sacaron del escenario entre gritos y disparos de cámara. Las imágenes patrióticas al estilo Hollywood quedarán para la posteridad, igual que muchos memes.
Según la cadena de televisión NBC, con información de “dos fuentes familiarizadas con la sesión informativa de este miércoles en el Senado”, el sospechoso abatido, de tan solo 20 años, “fue fotografiado como persona sospechosa 62 minutos antes de que abriera fuego, y los francotiradores lo localizaron 20 minutos antes del tiroteo”. Revisaron su teléfono, entrevistaron a más de 200 personas y aún no han encontrado un móvil o motivo del ataque.
¿Error? Probablemente. ¿Pero de quién? El Servicio Secreto, la agencia encargada de la seguridad de los candidatos, fue la primera vapuleada. Sobre el origen del hecho, hay tres sopas: un autoatentado, el atacante era un enajenado de la izquierda más progre (aunque no hay rastros: estaba registrado como republicano) o sencillamentte era alguien con delirio narcisista o megalomanía.
Inevitable pensar en los atentados contra los presidentes estadunidenses Ronald Reagan (1981) y John F. Kennedy (1963). O contra Juan Pablo II (1981) o John Lennon (1980). Imposible no recordar que el atacante de Reagan tenía una fijación con el personaje de Jodie Foster, una joven prostituta, en la película Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), donde en su delirio para “defender” a su protegida (Foster) el protagonista atenta contra un candidato presidencial.
Es curioso que Robert Deniro, el protagónico de Taxi Driver, personificara años después a un ultraderechista candidato a senador que sufre un atentado supuestamente por defender a “los blancos” de la invasión de latinoamericanos, aunque después se sabe es un autoatentado para culpar a los aliens y con ello hacerlo subir en las encuestas. Esto sucede en la película Machete (2010), de Robert Rodríguez y Etha Manikis.
Habrá que ver que sucede con Biden, actualmente enfermo de Covid-19 y al parecer disminuido de sus capacidades. Habrá que ver qué pasa con los proyectos inconclusos de Trump, como el muro en la frontera que debíamos pagar los mexicanos, y las acusaciones en su contra por aquel episodio del Capitolio, donde supremacistas blancos hicieron de las suyas. Igual habrá que ver si será tan “amigo” de Claudia Scheinbaum como lo es del actual presidente de México.
Los sentidos pueden engañarnos, los prejuicios también. Además de algunas escenas de The Boys pienso las primeras temporadas de la serie House of Cards. Recuerdo aquella guerra ficticia con su héroe ficticio para salvar la carrera del presidente en la película Wag the dog (Escándalo en la Casa Blanca, 1997), de Barry Levinson.
La vida imita al arte, pero también imita al show. Y el show debe continuar.
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Posdata: están abiertas las inscripciones para los cursos de verano del Centro de las Artes de San Luis Potosí, entre cuya oferta está el curso-taller de edición de revistas literarias y académicas. Ojalá nos veamos allí, ojalá hagamos varias revistas, esas publicaciones periódicas que han sido casa o germen de movimientos literarios, que representan su región o su época, y en lo académico dan a conocer en sus páginas importantes investigaciones y puntos de vista. Y que tanta falta hacen en San Luis Potosí, cuna de estupendas revistas literarias y culturales.