Pérdida de confianza

El Diccionario de la Lengua Española define a la confianza como la esperanza firme que se tiene de alguien o algo. Es, sin duda, el más estrecho vínculo que construye la esperanza.

El señor López ganó la elección presidencial de dos mil dieciocho con aproximadamente treinta millones de votos que, si bien no son la mayoría absoluta del total de electores en México, sí constituyeron la mayoría relativa necesaria para llegar a tomar las riendas del país.

Con una campaña de casi dieciocho años (de que se empeñó, se empeñó) y promesas de combatir a la corrupción que campeaba (y campea, aunque López no lo reconozca) en todas las esferas de gobierno, logró atraer los sufragios de esos millones de mexicanos esperanzados que confiaron en él.

Sin embargo, tal como dice Stephen King, la confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso. A partir del primero de diciembre de dos mil dieciocho, esperanza más bien fue sinónimo de candidez.

Podríamos tener confianza en que López combatiría la corrupción, sino fuera por su propia parentela, con la prima Felipa y sus contratos ventajosos con Petróleos Mexicanos o bien los hermanos Pío o Martín, echándose a la bolsa fajos de billetes con la exculpa presidencial: son “aportaciones”.

Podríamos tener confianza en su discurso del “no somos iguales que los de antes” si su justificación de que su retoño viva como magnate en Houston no fuera que “la señora al parecer tiene dinero”. Por menos, por mucho menos fue defenestrado Santiago Nieto. Y aclaro, no es que el hijo de López no tenga derecho a hacer su luchita para ser solamente millonario; lo que es una traición a la confianza depositada en su padre es que cierre los ojos y no cuestione, como hace con otros, el dispendio y la ostentación.

Podríamos tener confianza en sus buenas intenciones en cuanto al ámbito internacional, si no es porque recibe prófugos, elogia tiranos, reclama disculpas por hechos históricos de hace cientos de años y menosprecia a otros países, como es el caso de Panamá, proponiendo embajadores claramente de cuarta.

Podríamos tener confianza en alguien que clama por la bondad y la armonía, si no fuera por la ausencia completa de empatía de los niños enfermos de cáncer, a quienes retiró las medicinas y simplemente ignoró las súplicas dolorosas de sus padres.

Podríamos tener confianza en quien pondera el trabajo científico como la mejor forma de enfrentar la pandemia de SARS-COV-2 que ya lleva dos años, si no fuera porque puso al frente al aprendiz de genocida, el otro López, con sus cifras erróneas y sus decisiones absurdas que han costado la vida a ya miles de mexicanos. 

Podríamos tener confianza en un candidato que prometió desmilitarizar al país, luego de la absurda guerra contra el narco, si no fuera porque ha entregado al ejército la conducción de muchas áreas estratégicas de orden civil que no deben, debieron ni debieran estar en manos de la milicia. Sacó a los soldados de las calles y los convirtió en empresarios.

Podríamos confiar en el hombre que cuestionó fieramente la estrategia de sus antecesores contra el crimen organizado, pero no en el que ordena que suelten a un delincuente buscado internacionalmente, con el pretexto de evitar disparos en las calles de Culiacán; en el que va y saluda de mano a la abuela de ese mismo personaje, hijo del otro que está preso en Estados Unidos pero que ignora a quienes se acercan a pedirle algo; en el que hace que los militares, en el cumplimiento de las funciones que sí les corresponden, se humillen, se sometan, no se defiendan y callen, simplemente callen.

Podríamos confiar en la persona que dijo que iba a hacer de México un país próspero, de progreso, pero que nos ha llevado a la mayor recesión en muchos, muchos años, gracias a las ocurrencias que tiene que hacen de México uno de los países más inseguros para la inversión extranjera e, incluso, para la nacional; nadie arriesga su dinero cuando la economía depende del humor con el que amanezca, eso sí, para dar su homilía tempranera.

Podríamos confiar en López, pero no hay razones para hacerlo. Y hay que hacérselo saber.

@jchessal