Perros guardianes

Estaba caminando sobre Arista. Esa calle siempre me ha gustado, evoca un tiempo que ya se fue, pero que, de alguna manera, sigue estando. Ahí estuvo -está- mi primera escuela, de la cual, por cierto, salí huyendo porque ya no me calzaba. Calaba como zapato que saca ampollas. Ahora, al paso de los años, ya no le guardo esa aversión que le tuve por un tiempo, sino que la veo como un recuerdo lejano al cual jamás en la vida se me antojaría regresar, pero que reconozco cumplió con cierta útil función. 

Caminaba ahora con un triste motivo. Iba hacia Tequis, para acompañar a un amigo que acababa de perder a su mamá. Venía yo del centro, de cuadras atrás. Justo a la altura de Perpetuo Socorro vi a un grupo compuesto por unos seis perros que estaban echados sobre los escalones negros de la iglesia. El aire estaba frío, pero el sol quemaba, clásico en un invierno potosino. Así, la jauría estaba felizmente descansando sobre la piedra caliente. Yo los vi y pensé que quién fuera perro, para pasar las horas así nomás, viendo pasar a la gente. En eso, como si les hubieran dado una señal, los perros se pararon al unísono y comenzaron a seguirme. No soy una persona de perros. Me caen bien y hasta ahí. No me paro a acariciarlos ni a darles comida, ni nada, por lo que como podrán suponer, aquello me causó gran sobresalto. 

Cruzaron Tomasa Estévez conmigo y siguieron avanzando. Pensé que quizá los había atraído el olor a comida emanado de un puesto de tortas que, por cierto, estaba cerrado. Sin embargo, caminaron a mi lado y se siguieron. Al pasar la puerta del Sagrado Corazón me empezó a dar el nervio, ¿qué tal si de repente, así como se habían parado, así también decidían atacarme? Luego me acordé que los perros huelen el miedo, así que traté de verme lo más cool del mundo. Hasta les saludé y pregunté si no tenían otra cosa que hacer. Y pues no, aparentemente no. Al caminar frente a la parte posterior de la Beneficencia Española, un señor de edad dijo “-Mire qué bonita, con sus perritos muy educados.-“ Yo nomás pensé: “-¡Dios bendito! ¿Qué voy a hacer con tanto perro llegando a Tangassi?-“, di las gracias y me seguí. Los compañeros de cuatro patas me flanquearon. Uno adelante, uno atrás, el resto en ambos lados. Me acordé de Mauricio Babilionia y sus mariposas amarillas flotando alrededor. 

Casi al llegar a la esquina del jardín de Tequis con Mariano Ávila, mis compañeros gruñeron. Un hombre recargado en la esquina, justo a mi derecha, les puso en alerta. Era joven, no pasaba de treinta, con una gorra enfundada hasta media frente, lentes oscuros, chamarra holgada a tres colores, roja, blanca y azul marino, manos adentro de las bolsas.  Estatura mediana, complexión delgada. Los perros me alertaron a mí, que venía en la baba. Caminé de frente, sin cambiar el rumbo. Uno de los perros, negro con blanco, más bajito que el resto, siguió gruñendo más fuerte. No ladraba, nada más pelaba los dientes. El resto tenían las orejas erguidas, las colas sin mover. Algo pasaba. Yo, cual perro, me paré más derecha de lo usual, vi hacia el frente y detecté al hombre. Lo vi calmadamente de arriba abajo. Si algo pasaba, yo tendría una buena descripción. No crucé la calle. Seguí de frente. A mí no ve iban a sacar de mi banqueta. Además, más miedo me daba que el hombre me fuera a seguir, ahí sí, posiblemente perdería el temple.  Los perros caminaron conmigo. El blanquinegro se adelantó a los demás, como si fuera la avanzada de un batallón. Yo vi a la cara al hombre. Ya estando a unos cuantos centímetros le dije “-Buenas tardes-“ con un tono firme, pero cordial. Los perros seguían a mi alrededor. El tipo se sacó de onda. Lo vi tratando de despegarse a la pared, como buscando una nueva postura, nomás alcanzó a murmurar entre dientes “-Bnass-“ que supongo era un “buenas”. 

Curzamos Mariano Ávila. El perro güero comenzó a mover la cola de un lado al otro. El blanquinegro se puso a mi lado derecho. El resto parecía que caminaban al ritmo de I am walking on sunshine o algo igual de alegre. Tomé aire, me relajé. ¿En verdad me iba a pasar algo? ¿Me iban a asaltar? Llegué a la entrada de Tangassi con todo y mi jauría. Lo lógico fue decir “-Ya llegué, muchas gracias.-“ Se fueron sin voltear la cabeza y cruzaron Arista hacia el jardín. Yo me quedé pensando que todavía hay cosas que en definitiva no puedo explicar, ni ganas me dan de intentarlo.