En el corazón de la pequeña denominación de Pomerol, en la margen derecha del río Dordoña, se alza intentando ser discreta una de las bodegas más célebres del mundo. A diferencia de los grandes châteaux del Médoc, con sus fastuosas construcciones y extensas propiedades, Petrus es una finca modesta en apariencia, pero contiene una leyenda que supera ampliamente su corporeidad.
El origen de la bodega se remonta al siglo XVIII, aunque deben de haber sido los romanos quienes plantaron vides por primera vez en la colina. Su nombre no proviene de un fundador, sino de una figura simbólica: san Pedro, en latín Petrus, cuya imagen aparece en la etiqueta. A comienzos del siglo XX, la finca era ya reconocida por la calidad de sus vinos, pero fue a partir de la década de 1940, con la adquisición de los derechos de distribución por parte de la influyente familia Loubat, que Petrus comenzó a perfilarse como un referente absoluto en el mundo del vino. Madame Loubat, figura clave en su historia, fue quien intuyó el potencial de ese terruño único y decidió no mezclarse con los grandes negociantes de Burdeos, apostando por un camino propio.
En términos vitícolas, Petrus se distingue por su suelo singular, compuesto en su mayor parte por una densa capa de arcilla azul sobre una base de hierro. Este tipo de tierra es particularmente favorable para el cultivo del Merlot, la cepa dominante —casi exclusiva— de la finca. Mientras que en otras zonas de Burdeos el Merlot actúa como varietal complementario, en Petrus alcanza una expresión tan intensa como equilibrada. Las vides, de edad avanzada, producen rendimientos bajos pero de una concentración excepcional.
Una de las características más llamativas de Petrus es su rareza. La superficie cultivada no supera las 11,5 hectáreas, lo que limita la producción anual a apenas unas 30,000 botellas en las mejores añadas. Esta escasez, combinada con la excelencia constante del vino, ha contribuido a su estatus mítico y a su posicionamiento entre los vinos más caros del planeta. Cabe señalar que no existe un “segundo vino” de Petrus: si la cosecha no alcanza el nivel esperado, simplemente no se embotella.
A lo largo del tiempo, Petrus ha sido sinónimo de exclusividad. Ha figurado en banquetes presidenciales y cenas de Estado, y ha sido predilecto de personajes célebres como John F. Kennedy, principal responsable de que el vino cueste hoy en día una pequeña fortuna. En el mercado secundario, sus añadas más legendarias —como la 1945, la 1961, la 1989 o la 2000— alcanzan precios estratosféricos.
En contraste con su celebridad, la bodega ha mantenido siempre un perfil bajo, evitando el lujo ostentoso. Su actual gestión, a cargo de la familia Moueix, ha continuado con esa filosofía, privilegiando la excelencia enológica y el respeto al terruño por encima de las modas y el marketing.
Petrus no solo es un vino; es un símbolo. Representa la posibilidad de que una pequeña parcela, trabajada con esmero y convicción, pueda rivalizar —e incluso superar— a los nombres más ilustres de la viticultura mundial. En su copa se condensan siglos de historia, conocimiento y una alquimia irrepetible entre el hombre, la tierra y el tiempo. La siguiente entrega conversaremos sobre la experiencia de catarlo.