Pleitos de lavadero

La Semana Santa marcó el inicio de una nueva etapa en las relaciones mantenidas entre el alcalde y el gobernador; los indicios ya eran perceptibles pero todavía no se manifestaban del todo, más si consideramos que –como todos se percataban– eran unilaterales, siendo el gobernador el único que abonaba a ellos. Era cosa de tiempo, los entendidos y conocedores de la liturgia política ya lo veían venir; comienza el distanciamiento entre el alcalde y el gobernador.  

Tampoco es necesario ser un gran observador para percatarse que por salud y madurez mentales y políticas, fue Enrique Galindo el que logró evadir con formas muy diplomáticas las embestidas del gobernador, quien en todo el tiempo que ambos llevan gobernando, no desperdició ninguna ocasión en la que le fuera posible atacar haciendo raja política de cualquier tema que, adverso al Ayuntamiento, pudiera usar como combustible, pero la prudencia logró que el fuego nunca se encendiera. La razón lo asiste, a estas alturas de los tiempos no sería sano que el alcalde de la capital entrara en conflictos con el gobernador. 

De unos meses para acá ya no era tan perceptible la cercanía en banderazos e inauguraciones de alcalde y gobernador. Al inicio de las administraciones era fácil imaginarlos casi en plan de quedantes (es decir que andan quedando), llamando uno al otro por las mañanas y las noches acordando quién pasaba por el otro al día siguiente y, por qué no, hasta decidiendo cómo iría vestido cada uno y quiénes integrarían la corte de pajecillos.    

Todo se había logrado sobrellevar a pesar de que cada aparente logro del alcalde sucedido de la consecuente popularidad, venía seguido de todo tipo de denuestos y descalificaciones contra Galindo o cualquiera de sus funcionarios; recordemos que incluso una de las peroratas gallardistas, más propias de un estibador del Hidalgo que de un gobernador, hicieron caer al director de Interapas mientras el alcalde continuaba imperturbable. 

Fue en el acompañamiento a la Dolorosa donde, como en la revelación de un arcano, se manifestó lo postergado: el alcalde y su esposa fueron enviados a la tercera línea de la comitiva de honor que abre la Procesión del Silencio, antecedido en primera línea por los titulares de las secretarías de Educación, Turismo, Cultura y Oficialía Mayor y por un grupo de religiosas en la segunda. Así, para los actuales organizadores del evento fueron más importantes los secretarios estatales que el alcalde, quien por cierto pagó los seguros de los grupos escultóricos que llevan las cofradías en andas. Esto último sobra decirlo porque ya se sabía (de su difusión se ocupó a ciencia y conciencia el aparato de propaganda del alcalde), pero no está por demás recordarlo porque algo hace suponer que fue el principal motivo para el trato ruin dispensado al alcalde y a su esposa. 

Lo simbólico fue continuado por lo verbal. El pasado jueves Enrique Galindo expresó la necesidad  de que algunas áreas de la ciudad controladas desde hace años por el gobierno estatal, fueran municipalizadas; es decir, que el Ayuntamiento de la capital se ocupe de su mantenimiento, en el entendido que con esto se pretende (al menos en lo conceptual) mejorar la imagen de la ciudad. 

Esto para nada gustó en palacio de gobierno y aunque no está el gobernador porque (como dijera el general Saturnino Cedillo a propósito de una gira similar) se anda desasnando en Europa, para pronto en su representación salió el inefable Guadalupe Torres a responder con violencia innecesaria a la atrevida e irrespetuosa propuesta del alcalde. Ignoro si ande irascible porque le está saliendo costosa la organización de su boda o no razone porque le dan demasiado toloache, pero ningún ser pensante se indignaría cuando el vecino le propone barrer y lavar su acera. 

La cosa y el distanciamiento apenas comienzan, a esto se sumarán el problema del agua, de la seguridad y los fracasos acumulables que demuestran entre otras cosas que, a diferencia de lo que según el alcalde (y también el gobernador) dicen las encuestas, la realidad es otra.

O Enrique Galindo se pone las pilas de su domingo o es difícil que pueda aspirar a disfrutar (si es que son disfrutables) de otro cargo de elección popular, incluida la reelección. Comienza otra procesión en la que ahora sí irá en primera línea.