El filósofo y sociólogo de origen polaco Zygmunt Bauman, padre de la “Teoría de Modernidad Líquida”, escudriña en sus planteamientos la esencia de las sociedades contemporáneas y, las describe, como carentes de estabilidad duradera, más bien caracterizadas por un ánimo de fluidez que de a poco han ido desvinculando a los grupos humanos, teniendo como consecuencia natural sentimientos de zozobra, incertidumbre y hasta ansiedad ante el devenir de una vida social sin arraigo a pilares duraderos.
Si como afirma Bauman ahora todo pasa con gran velocidad, a esa dinámica no escapa la vida política. Para Aristóteles el ser humano no es otra cosa más que un zoo politikon, es decir un animal político, que a lo largo de la historia determinó construir y vivir en sociedades organizadas y cohesionadas con ciertos valores tales como la identidad nacional, las creencias y las costumbres, así nacieron las primeras Polis que luego, siglos más adelante evolucionarían a los sofisticados Estados Modernos.
Mas Weber decía que a la política es una vocación que se autodefine como una constante búsqueda del poder político y esa búsqueda las ideas se modifican, nunca permanecen estáticas.
En ese sentido Bauman, Aristóteles y Weber, sin conocerse, coincidieron en una idea fundamental: “Todo Cambia.” El punto es que, en los tiempos de la modernidad líquida de Bauman, los cambios que antes podrían demorar siglos, hoy se generan a gran velocidad, la era digital y la red mundial de información no sólo modificaron nuestra vida, también cambiaron la forma de hacer y entender la política.
En el México post independentista del siglo XIX, la lucha por el poder siempre fue de cambios y disputas, primero entre partidarios de la Monarquía y la República, luego al triunfar la República la disputa fue por el modelo Centralista o Federal, una vez consolidada la República Federal, arbitrariamente dos facciones decretaron que la política mexicana sería binaria: liberal o conservador pero no cabían otras posibilidades.
Así, luego del gobierno de Porfirio Díaz quien por cierto se asumía liberal republicano, pero en el poder vivió como monarca rodeado de conservadores, vendría la revolución, que culminó, al menos programaticamente, con la promulgación de la Constitución de 1917, inaugurando el siglo de una expresión cuasi hegemónica que retendría el poder exactamente hasta el inicio del nuevo siglo.
Posterior al año 2000 los cambios tal como lo afirma Bauman fueron más rápidos, porque al igual que la vida, la política que es parte de ella también se volvió líquida: tres alternancias pacíficas, más partidos participando, cámaras plurales, sin aplastantes mayorías, todo en apenas 24 años.
No me atrevería a efectuar un juicio de valor respecto a si la vida líquida que genera cambios a gran velocidad es buena o mala, tampoco si es buena o mala la política que vivimos este 2024, la cual por supuesto ya no se parece en nada a la planteada por Elías Calles, Gomez Morín o Lombardo Toledano, el mundo y México cambiaron, por ende la política y los políticos asumimos que también. Me parece que, una buena reflexión para esta época de cambios que ocurren -literal- en tiempo real, es adaptarnos, pues antes, no porque durara mucho era bueno así como hoy, no porque algo dure poco es malo.
La inercia de vivir a gran velocidad no necesariamente desvincula, al contrario nos reta a ser cada día más eficientes, porque la evaluación social llega casi de inmediato.
La política líquida mexicana, tendrá su exámen en 2024, con un electorado compuesto por más de 15 millones de jovenes, millenials y centennials incluidos, los también llamados nativos digitales, amantes de esa velocidad que posibilita la modernidad líquida, serán quienes definan el rumbo de esa política líquida mexicana, sea cual sea la decisión que tomen, no nos debería ser ajena, pues ellos como buenos hijos de los Boomers y la Generación x, son y serán inevitablmente la consecuencia de nuestros actos y sí, adivinó Usted, -sea que lea esta columna en papel o en una pantalla-, esta modernidad es absolutamente toda nuestra responsabilidad o ¿ya no se acuerda de Avándaro?.
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