La Feria Internacional del Libro (FIL) es una empresa creada desde la Universidad de Guadalajara (UdG), con todo lo que ello conlleva. En sus 35 años de existencia ha crecido exponencialmente y se ha convertido en el máximo evento literario de México, por o a pesar de los vaivenes políticos jaliscienses y nacionales.
Como punto de encuentro para los profesionales del libro (bibliotecarios, editores, autores, lectores en general) es inmejorable: a fin de año, fuera de la Ciudad de México, zona hotelera ex profeso, el gran espacio de exposición y salones que ofrece la ExpoGuadalajara, y toda la logística de la UdG para atraer y atender públicos de todas las edades.
Debido a la pandemia del Covid-19 y sus “n” variantes, cepas y sepas, en 2020 se hizo una edición “virtual”, con presentaciones, conferencias y charlas vía Zoom. Este año se hizo un evento híbrido, mayormente de actividades presenciales en “la Expo”, con modificaciones estructurales y de logística, que —como las presencias y ausencias, el uso de espacios, el número de actividades por editorial, la cantidad de asistentes por evento— dan cuenta de qué tan en serio nos tomamos los temas de salud y de fomento a la lectura en México.
De entrada, cubrebocas obligatorio y paso por una cabina sanitizante. Ya los expertos han dicho que las cabinas no sirven de gran cosa porque el coronavirus está en el aire que soltamos al respirar, al hablar o al toser. En fin. Cambiaron la ubicción “tradicional” de los espacios de exhibición, y se ampliaron los pasillos y se marcaron flechas de dirección en el piso, pero adentro no había diferencia con las multitudes de otros años, sobre todo en los stands de los bestsellers o en los salones de presentaciones o firma de autógrafos. Nadie veía las flechas y como en todas partes personas con cubrebocas mal puestos se atravesaban a cada paso. Editoriales universitarias e independientes quedaron separadas (a algunas que buscaba los encontré después de varias vueltas) y Susana Distancia brilló por su ausencia, a pesar de la aparición en México de la variante Ómicron.
[Esto de las flechas que nadie respeta en la FIL me hizo pensar en lo que documentó la colega Ana Dora en la Calzada de Guadalupe de “la capital” de San Luis Potosí, donde fue detenida “por resistencia a la autoridad” al circular en su bicicleta por la zona peatonal. Sí, muy bien que se respeten los derechos de los peatones; sí, muy bien que bajen a los ciclistas, pero también ellos tienen derechos. Ir por el arroyo (¿arrolló?) vehicular es un constante peligro, porque pocos conductores respetan a peatones y ciclistas. Urge una ciclovía ahí; que se arreglen los adoquines y las banquetas de ahí y de media ciudad. Que se quiten estorbos de donde transitamos los peatones incluye puestos como el de tortas que está afuera de la unidad Miguel Barragán y obliga a bajar a la ciclovía.]
[Lo que es parejo no es chipotudo, no es solo la Calzada: taxistas esperando pasaje frente a las paradas del transporte urbano (que pasa cada hora y ni se detiene y deja de dar servicio muy temprano), autos en doble fila, personas de la tercera edad teniendo que ir por la ciclovía porque las banquetas están para llorar, falta de subidas para sillas de ruedas. El semáforo que da paso a caminantes de Zaragoza a la Calzada que dura apenas siete segundos… y un largo etcétera.]
En fin. Sigo con la FIL Guadalajara, mi tierra prometida desde hace casi 30 años. Siempre hay ofertas pero la FIL no es para eso. Es un centro de negocios en torno a los productos bibliográficos. En el área correspondiente lo mismo se tramitan traducciones que coediciones, y en la firma de autógrafos están por igual Miguel Bosé que Lorenzo Córdoba o doña Margo Glantz. Se pueden conseguir libros “raros”, de esos que no llegan a SLP, por ser de otros países o de editoriales locales.
Como en otros lugares, hay competencia por ser los más llamativos, los que montan el escenario más grande o fastuoso, lo cual no es garantía, obvio, de que sus productos son los mejores. Expositores que antes compartían stand hoy cambiaron de color y están separados. Publicidad y relaciones públicas tmbién son parte del borlote. Como en otros lugares, hay títulos muy buenos junto a los “saldos” y no están todos los que son ni son todos los que están. Hay que estar “a las vivas” para encontrar ESE libro.
Fui de entrada por salida, como la economía y los tiempos laborales lo permitieron. A La bruja guachichil, palabras para otra magia (Ponciano Arriaga / El Colegio de San Luis, 2021) le fue muy bien, me dijo Alberto, en el stand F14. Tuve la oportunidad de asistir a las presentaciones de La saga del viajero del tiempo de Alberto Chimal (UNAM), La última flecha, Ramón López Velarde en El Colegio Nacional de Juan Villoro y Vicente Quirarte, y Borrosa imago mundi de Pura López Colomé (FCE). Compré unos diez libros, que ya comentaremos aquí o en mi blog.
Portadas, papel, prólogos, cuartas de forros, tipografías, libros de autor, e todo como en botica para pasar las horas, para disfrutar y aprender. Un día es poco para quien quiere recorrerla con fruición, ver, oler los libros. La FIL me/nos hace sentir “como niño en juguetería”.
Ya perdí la cuenta de cuántos libros he publicado, individuales o colectivos. Menos aún tengo la cuenta de los que he leído o revisado como corrector, dictaminador o editor. Y aunque muchos no me mencionen me da gusto saber que algo de mí va por ahí con ellos, sean apenas unas comas o algunas palabras.
Espero que en 2022, si la pandemia lo permite, se presente en la FIL un stand colectivo con todas las editoriales institucionales e independientes, grandes y pequeñas, de San Luis Potosí. Al tiempo.
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