Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le hizo en el Bar Ahúnda cierta proposición salaz a una bella mujer que bebía su copa en la barra. “Retírese -le ordenó ella-. Soy una dama”. “Lo sé -replicó el lúbrico sujeto-. No le iba a pedir eso a un caballero”... Lady Loosebloomers fue a visitar a su chofer en el hospital. La recepcionista le preguntó: “El paciente ¿es su marido?”. “¡Claro que no! -se ofendió milady-. Es solamente mi amante”… Una linda chica abordó el autobús. Venía lleno, de modo que no encontró dónde sentarse. Se dirigió a un pasajero: “Señor: estoy embarazada. ¿Sería usted tan amable en cederme su lugar?”. “Claro que sí -contestó inmediatamente él poniéndose de pie-. Siéntese, por favor”. La muchacha ocupó el asiento. Le dijo el señor: “Perdone. Soy ginecólogo, y no advierto en usted ninguna seña de embarazo. ¿Cometeré indiscreción si le pregunto cuánto tiempo tiene de embarazada?”. Con voz de cansancio respondió la muchacha: “Calculo que una media hora”… Jactancio Elátez, individuo machista y altanero, le preguntó a su esposa, retador: “Si los hombres desapareciéramos ¿qué harían ustedes las mujeres?”. Al punto contestó ella: “No tardaríamos en amaestrar algún otro animal”... Roderico, Ataúlfo y Leovigildo trabaron conocieron a sendas chicas que llegaron con un circo al pueblo, y después de un cortejo que duró 15 minutos cada uno se fue a pasar la noche con su cada una. Al día siguiente se reunieron a fin de compartir sus respectivas experiencias. Roderico narró: “Mi pareja era la caballista. Me montó en la postura conocida como cowgirl, también llamada woman on top o de la amazona. ¡Aquello fue fantástico!”. Relató Ataúlfo: “Yo estuve con la contorsionista. No puedo describir las posiciones que conocía, así de inéditas y numerosas fueron. ¡Aquello fue extraordinario!”. Leovigildo declaró, mohíno: “A mí no me fue tan bien. Me tocó la domadora. Toda la noche me detuvo con una silla y haciendo restallar su látigo”… En su departamento la linda Susiflor le preguntó al galán que la visitaba: “¿Te gustaría que me pusiera mi nuevo negligé?”. Respondió él, sugestivo: “Nada me gustaría más”. Rosibel y su novio iban a una boda. Ella se le presentó luciendo un escotadísimo vestido strapless, vale decir sin tirantes, que desafiaba la ley de la gravitación universal. “¡Caramba!” -exclamó el galán admirativamente-. ¡No sé con qué se sostiene ese vestido!”. Le dijo Rosibel, insinuativa: “Si te pones listo más tarde podrás averiguarlo”... El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Quinta Venida (no confundir con la Iglesia de la Quinta Avenida, que no tiene mandamientos, sino sólo recomendaciones), puso los ojos pecaminosamente en la bella hermana Sister, pianista de la congregación. A fin de poder gozarla le contó con simulada angustia que estaba gravemente enfermo. Un médico le había dicho que sólo se libraría de la muerte si tenía contacto de carne con mujer. “¡Sálveme, hermana! -le suplicó, lloroso-. ¡Tenga piedad de mí!”. La pianista, que a más de buen oído musical y buenas formas tenía buen corazón, se decidió a hacer aquella obra de misericordia, que de seguro merecería el visto bueno del Señor, por su alto contenido humanitario. Ahí mismo, sobre el piso, atrás del piano, se llevó a cabo la medicación. En el curso del tratamiento el pastor Fages, poseído por la libídine del acto, le pidió apasionadamente a Sister: “¡Béseme, hermana! ¡Béseme!”. “De ninguna manera -negó ella, terminante-. Medicina sí, lujuria no”. FIN.