Potosinazo

Confieso que he pecado. He sido potosina. Demasiado potosina. Pero con esa connotación negativa, donde se asume a una potosina o potosino como sangrona, bordadita a mano, delicadita y selectiva. Potosina, demasiado potosina. Y para ser específica, capitalina, demasiado capitalina. Sin embargo, hace ya algunos años, como san Pablo en el camino a Damasco, fui consciente de mis faltas y procuré remediarlo. Empecé por tratar de desterrar de mí la popular práctica conocida como “potosinazo”, que consiste en hacerse que la Virgen te habla para evitar saludar a alguna persona conocida. El potosinazo incluye también quedarse mudo cuando algún desconocido dedica un “buenos días, buenas tardes o buenas noches” mientras caminas en la calle o cruzas a la acera contraria. Puede también usarse en un evento social o en las juntas escolares. Si hay que reconocer algo, es que el potosinazo es versátil y multiusos.

La verdad sea dicha, usualmente cuando me aplican el potosinazo me causa gracia. Tomemos por ejemplo un caso que, sin generalizar, noté hace poco. Resulta que hace algunos meses ocupé un cargo público de cierta importancia. Ahí detecté la práctica inversa al potosinazo, que consiste en que todo mundo saluda y te habla como si te conociera de toda la vida. Luego, cuando dejé el cargo, algunos miembros del pequeño círculo en el que solía moverme, me comenzaron a aplicar el potosinazo. De pronto, ya no me saludaban. Bendito sea Dios que soy una mula consumada, porque comencé a saludar con más ganas a quienes me ignoraban. Por supuesto que hubo muchos que ahora con más cercanía, no solo me saludaban, sino que hasta cafecito o desayuno nos aventamos. Conservo muchos amigos aún de aquellos años.

Sin embargo, todavía no llego a entender cabalmente el potosinazo, fenómeno que quizá debería de ocupar tesis doctorales: ¿Qué nos lleva a no responder un saludo? ¿Desconfianza, miedo, inseguridad?, ¿Por qué resulta más fácil voltear la cara en lugar de emitir un simple “hola”? ¿Qué parte de nosotros se activa cuando decidimos negarnos a reconocer a alguien? ¿Por qué tan mala práctica se ha vuelto una especie de símbolo de identidad? Díganos la verdad: ¿Les roba poderes responder? ¿Se les cae la boca si saludan? ¿Creen que si no voltean se vuelven invisibles?¡Ah, raza!

La semana pasada venía caminando muy temprano sobre la calle de Carranza. Debo confesar que mi facha no era nada glamorosa. Honestamente, me veía bastante de a tirito: pants negros, playera, tenis azules, cola de caballo, cachucha, sin maquillar. En mi defensa he de decir que me dirigía al parque Tangamanga a caminar. Aun así, tampoco es que anduviera irreconocible. Recibí el primer potosinazo de un conocido que caminaba en sentido contrario, a medio metro de mí. Saludé y se hizo el que no me vio, con un clásico: volteó a contar las hojas de los árboles. Avancé un poco y me volvió a pasar no una, sino dos veces. En el primer caso la mujer volteó a ver el suelo, cosa que hasta cierto punto parece normal, dado que justo en esa cuadra, (entre Anáhuac y Benigno Arriaga), están las composturas y hay hoyos en el suelo. Lo raro es que ambas cruzábamos por uno de los puentecitos de madera que están poniendo para que los transeúntes no caigan, y estos no son de más de un metro de ancho. No hay manera de que no me viera o escuchara. En el siguiente caso, se usó el modernísimo ademán de voltear a ver el celular. Ya a la tercera de plano me dio risa. Una de dos, o a los tres conocidos les caigo en el hígado (lo veo difícil, porque soy un amor. ¡No se crean! con ninguna de los tres nos hemos tratado, simplemente coincidimos un espacio común, somos caras conocidas) o de plano había sufrido más potosinazos que nunca, en distancia y tiempo récord.

Se me ocurrió escribir la anécdota en mi muro de Facebook y jamás esperé tantos comentarios. Se me cayó la cara de vergüenza cuando dos personas me escribieron que yo les había aplicado el potosinazo. Especialmente con una mujer a la que ciertamente he visto en persona, pero que yo, estúpidamente, no saludé hace unos meses. Ese caso me mortificó muchísimo. No tengo perdón de Dios, pero les aseguro que ni siquiera vi su saludo. A la segunda persona me tardé en reconocerla porque estaba atarantada trabajando en el centro de acopio Scout del terremoto, por lo que me atonté, pero corregí. De todas formas, estuvo mal.

Por eso esta mea culpa. No lo he logrado del todo. Sigo aplicando el potosinazo. Nadie es ajeno al lugar donde se cría, ni a las prácticas ancestrales que se aprenden por imitación. Créame, me esfuerzo cada día por alejarme, pero aparentemente, tengo mucho que trabajar.

Le pido entonces, lectora, lector querido, que me ayude en esta tarea: erradiquemos juntos el potosinazo. Por mi parte le pido que si me ve en la calle, me salude. No se preocupe: si le caigo mal, no se sienta obligado a hacerlo, agradezco su honestidad. Si me atarugo y no respondo, con toda confianza, deténgame. Si no nos conocemos personalmente, pero somos cuates en Facebook, nomás no sea gacho, hábleme suavecito y no me espante, dígame que somos amigos virtuales y listo. Me gusta mucho platicar con desconocidos, así que le aseguro que en diez minutos nos conocemos de a de veras.

Quizá con el tiempo el potosinazo deje de existir y o de perdido le quitemos la connotación negativa, porque no se usted, pero a mí, me encanta ser potosina, demasiado potosina.