El terremoto de magnitud 7.8 que golpeó a Turquía de pasado 6 de febrero, y que se ha convertido en el más mortífero en la historia de ese país, nos hace preguntarnos sobre la posibilidad de predecir un terremoto con la suficiente antelación para que la población que vive en zonas sísmicas pueda ponerse a salvo. Desafortunadamente, como lo expresa un editorial de la revista Nature Computational Science del pasado 17 de febrero, las fuerzas que desencadenan los terremotos son muy complejas y no se cuenta todavía con el suficiente conocimiento científico para llevar a cabo esta predicción.
Sabemos que los terremotos se producen en la frontera entre dos placas tectónicas que se deslizan una contra la otra. El sismo del 19 de septiembre de 1985 en México, por ejemplo, fue debido al movimiento de la placa tectónica de Cocos en el océano Pacífico que se desliza por debajo de la placa continental de Norteamérica. De la misma manera, el terremoto que devastó la ciudad de San Francisco, California, en 1906 fue debido al deslizamiento horizontal de las placas de Norteamérica y del Pacífico, que mueven una contra la otra a lo largo de la falla de San Andrés.
El movimiento relativo de dos placas tectónicas en contacto, por otro lado, es resistido por las fuerzas de fricción entre dichas placas que intentan impedir su deslizamiento, de la misma manera que al empujar una caja pesada para intentar deslizarla a lo largo del piso, las fuerzas de fricción entre el piso y la superficie de la caja en contacto con el piso se oponen a nuestros esfuerzos. Una vez que la fuerza aplicada alcance un valor mínimo, sin embargo, la caja se pondrá en movimiento. Al igual que lo harán las placas tectónicas una vez que se supere la fuerza de fricción y se llegue a un punto de ruptura. Se liberará así la energía acumulada, generando ondas sísmicas cuya potencia dependerá de la magnitud de las fuerzas de fricción involucradas.
Se tiene así que la posibilidad de que se genere un terremoto de gran magnitud depende de las fuerzas de fricción entre las placas. Si estas son grandes, se acumulará energía a lo largo de un periodo más o menos largo, misma que podrá liberarse generando un terremoto de grandes proporciones. Sí, por otro lado, las fuerzas de fricción fueran pequeñas, las rupturas se producirán en periodos de tiempo más cortos, sin acumular demasiada energía y sin producir terremotos devastadores.
Esto último es el tópico de un artículo aparecido el pasado 17 de febrero en la revista Science, el cual fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Srisharan Shreedharan de la Universidad de Texas en Austin. En su artículo, Srisharan y colaboradores reportan los resultados de un estudio que los llevó a descubrir que después de ocurrir un terremoto las placas se unen nuevamente después de un cierto tiempo recuperándose las fuerzas de fricción -como se recuperan, en cierto grado, las fuerzas de fricción entre el piso y la caja de nuestro ejemplo una vez que se pone en movimiento.
El tiempo de recuperación de las fuerzas de fricción entre placas tectónicas es crucial, pues si este es largo, los esfuerzos que se acumulen por el posterior deslizamiento de placas tenderán a aliviarse en periodos más cortos sin generación de grandes terremotos, los cuales tendrán más probabilidades de ocurrir si las fuerzas de fricción se recuperan rápidamente después de la ruptura.
Como parte de sus investigaciones, Srisharan y colaboradores llevaron a cabo un estudio de laboratorio con materiales extraídos de la falla geológica situada 800 metros por debajo del nivel del mar en la costa de Nueva Zelanda, encontrando tiempos muy largos para la recuperación de la fricción. A partir de sus resultados pudieron predecir por medio de un modelo de computadora que las tensiones acumuladas en la falla geológica se aliviaban en tiempos cortos, sin generación de terremotos. Esto coincide con la historia de la falla neozelandesa, que se sabe produce movimientos lentos de placas sin generación de ondas sísmicas de magnitud apreciable. Concluyen Srisharan y colaboradores que, si bien sus resultados no llevarán a un método para predecir terremotos, si proporcionan nueva información científica acerca de los mecanismos que generan los terremotos.
Por lo demás, en tanto desarrollamos capacidad para predecir terremotos, podemos reducir el número de personas que fallecen en uno de estos eventos tomado las medidas pertinentes. Y en este sentido, los más de 50,000 muertos en el terremoto de Turquía resultan ciertamente demasiados.