Primavera, equinoccio, floreceres, estación, natalicio, cambio. Palabras de temporada que contienen en sí mismas toda esta época del año. «Un día como hoy», empiezan las notas y cápsulas dedicadas al Benemérito de las Américas (un plural necesario pero poco usado). El equinoccio fue ayer, ya es y extrañaremos los desfiles de los kindergardianos vestidos de flores, mariposas y abejitas.
Ayer fue día de la felicidad y hoy, a la par del inicio de la primavera y el natalicio de don Beno, es también día internacional de la poesía. Historia, salud, biología, comunicación y arte se combinan en estas fechas, en esas palabras-concepto que se traducen en discursos bellos o comerciales, léase poesía o publicidad. De todo, como el lenguaje mismo.
La felicidad es un concepto. Es un derecho humano, sí, pero más que un modo de vida es un estado de consciencia que podemos lograr durante instantes, muchas veces en retrospectiva. «Éramos felices y no lo sabíamos», se dice ante ciertos recuerdos. En el ámbito religioso, la felicidad se alcanza según el equilibrio entre apegos y desapegos, y lo que por ello compartimos con los demás.
Debería ser algo colectivo, pero la búsqueda de la felicidad individual pareciera la aspiración en esta sociedad del siglo XX; como tal se nos venden productos para lograrla y cuando no es así provoca mucha frustración. El «vibrar alto», el «desear algo con todas las fuerzas» y el «decretar» son parte de esta necesidad que algunos asumen casi como religión o sistema político y llegan a extremos como pensar que «el pobre es pobre porque quiere».
Varios «curanderos» se anuncian en horarios estelares de canales locales, y en esos «comercialotes» aseguran que pueden librar de dolencias físicas a quienes sufren de mal de ojo y otras brujerías. Muchos deben caer en sus manos para pagar tanto de publicidad. Fue famoso el «Detente» de López Obrador y lo es la fe que muchos le tienen a productos que supuestamente curan hasta el cáncer, productos bien llamados «milagro». Vitaminas, analgésicos y antidepresivos son parte de la actual canasta básica.
«Venció al Covid», «todo un guerrero(a)», «luchar hasta el final». Ya Susan Sontag criticó hablar en términos bélicos de la enfermedad: «La enfermedad no es una metáfora, y que el modo más auténtico de encarar la enfermedad —y el modo más sano de estar enfermo— es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico».
«Hay que enterrar el mito de que las emociones y actitudes tienen un efecto causal y directo sobre la enfermedad. Es un mensaje demoledor y falaz que culpabiliza a la gente de su malestar y que castiga doblemente a quienes sufren problemas de salud», dice Edgar Cabañas, autor del libro Happycracia.
A pesar de tantas «ofertas» para conseguirla, la felicidad en México ha ido a la baja desde hace un año, según las encuestas de la Organización de las Naciones Unidas sobre bienestar, basadas en medición de factores como niveles de Producto Interno Bruto, esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y corrupción. Es difícil ser feliz ante la inflación, la inseguridad o la crisis sanitaria. Es difícil cuando el discurso político se contrapone con la cotidianidad nuestra de cada día.
Siempre hay instantes, eso sí, en que podemos sentir esa paz que algunos llaman felicidad. Un abrazo, un estímulo, una buen historia o la palabra adecuada.
La poesía no es magia, ni es la felicidad, pero es parte de esos instantes. Dentro de las varias funciones del lenguaje una es la poética, la que sale de lo cotidiano, que se observa a sí misma y crea otros ritmos, funda imágenes no convencionales. Dice Roberto Juarroz: «Una palabra es todo el lenguaje, / pero es también la fundación / de todas las transgresiones del lenguaje».
Me despido por hoy con un fragmento de la poesía Palabras del griego Jazra Khaleed:
No tengo patria
Vivo dentro de las palabras
envueltas en negro
y cautivas
[…]
Mis palabras no resuenan en las noticias
hacen la calle cada noche
Mis palabras son proletarias, esclavas como yo
Trabajan en talleres clandestinos día y noche
No quiero más lamentos
No quiero más verbos pertenecientes a los no combatientes
Necesito un lenguaje nuevo, no proxeneta
Estoy esperando una revolución que me invente
Anhelo el lenguaje de la lucha de clases
Un lenguaje que ha probado la insurgencia
¡Lo construiré!
Ah, ¡qué arrogancia!
Está bien, me voy
Pero mira: en mi rostro se vislumbra el amanecer de una nueva poesía
Ninguna palabra se quedará atrás, cautiva
Estoy buscando un nuevo paisaje
https://alexandroroque.blogspot.com
Correo: debajodelagua@gmail.com
Posdata: Me informan que esta semana sale de la imprenta la novela La bruja guachichil, palabras para otra magia (Secult / Colsan) basada en el expediente del juicio de 1599 a una mujer indígena en San Luis Potosí acusada de hechicería.