El médico le indicó al joven paciente: “Su debilidad se debe a que está usted abusando del sexo. Cásese. Así lo irá dejando poco a poco”... Pepito le mostró a Juanilito la ilustración que había puesto sobre la cabecera de su cama: un centerfold de la revista Playboy con un desnudo femenino. Le dijo a su pequeño amigo: “Aquí entre nos, ya me había cansado la estampa de mi angelito de la guarda”... “Las Glorias de Heliogábalo” es uno de esos restaurantes en los que comes rico pero sales pobre. El cliente le dijo a su compañero de mesa: “Ahí viene el mesero con la especialidad de la casa: la cuenta”... Mi amor a la patria no disminuye un ápice si declaro que vivo en un país subdesarrollado. Hubo un tiempo, el del famoso “milagro mexicano”, cuando era un orgullo ser ciudadano de un país como el nuestro, no sólo dueño de una riqueza natural extraordinaria, sino igualmente pródigo en creaciones magníficas del hombre (y de la mujer, para ponerme en el territorio de lo políticamente correcto). Era la época en que se decía que el mapa de México tiene la forma de un cuerno de la abundancia. De eso nos quedó solamente el cuerno, si me es permitido el facilón juego de palabras. Nuestro suelo ha sido asolado, ya por ambición, ya por ignorancia, y en igual forma han sido arrasadas las instituciones por el régimen dictatorial que en hora mala se apoderó de nuestro país y lo ha hecho campo de dominación de una camarilla que a más de ineficaz es diestra en el tráfico de influencias y en oscurecer sus transacciones bajo el intocable manto del militarismo y de la falsa seguridad nacional. El desarrollo de un país se mide no sólo por factores económicos, sino también por la manera en que el respeto a la legalidad y a las instituciones da origen a un estado de Derecho por completo distinto a una república bananera en donde todo se sujeta al dictado de un caudillo que no por haber hecho entrega aparente del poder deja de ejercerlo con voluntad omnímoda a través de una camarilla incondicional. El populismo rastacuero sigue dando penosas muestras que acentúan el sentimiento de subdesarrollo. Clara Brugada, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, ha anunciado que llevará al Zócalo de la capital La Quebrada de Acapulco, y declara que para mayor efecto lo hará “con agua y todo”. Espectáculo tan absurdo será difícil encontrar. Constituye una burda parodia de lo que hacen los clavadistas acapulqueños en un acto que desde hace muchas décadas forma parte de la tradición del Puerto y es atractivo turístico notable. Pan y circo parece ser la consigna del show propuesto por Brugada, que me lleva a recordar una peyorativa frase: pueblo globero. Eso, con el trato despectivo que nuestro país está recibiendo de sus socios no tan socios, Estados Unidos y Canadá, acentúa en mí los amagos de caer en un complejo de inferioridad. Me salva de eso el conocimiento que tengo de mi país, tan grande que será capaz de resistir a la banda en cuyas manos se halla ahora, la cual tarde o temprano seguirá la misma suerte de otras cáfilas que en nuestra historia han sido... Candidito, joven varón casto y honesto cuya única lectura había sido el libro “Energía y pureza”, de monseñor Tihamér Toth, contrajo matrimonio con Odalicia, a quien juzgaba tan candorosa y púdica como él. La noche de las nupcias el piadoso mancebo recitó sus oraciones de la noche y luego, venciendo su timidez, fue hacia su desposada con intención de consumar el matrimonio en la forma prescrita de consuno por las legislaciones canónica y civil. Odalicia lo vio venir y dijo con disgusto: “Caramba, ¿por qué todos los hombres piensan nada más en esto?”... FIN.