¡Qué afortunada decisión!

“Mi esposo y yo usamos vaselina para poder llevar a cabo el acto conyugal”. Esa insólita declaración de doña Veneria causó estupor a las señoras que se hallaban en la merienda del club de costura. Una de ellas se atrevió a preguntar: “¿Cómo la usan?”. “Como lubricante -precisó doña Veneria-. Untamos con ella la perilla de la puerta de nuestra recámara, y así los niños no pueden entrar cuando mi marido y yo estamos en aquello”... El pasado sábado afronté un dilema: ver el segundo juego de la Serie Mundial o ir a la ópera, pues he aquí que en mi ciudad se iba a representar “El barbero de Sevilla”, la deliciosa obra de Rossini. En vida de la amada eterna no habría tenido que decidir: ella decidía por mí en todo. Confieso sin ruborizarme que durante casi 60 años de matrimonio fui un perpetuo mandilón. Eso me salvó de cometer los yerros que seguramente habría cometido, por los cuales habríamos acabado sentados en un hormiguero, y no de muy buena calidad. Pero dejé todo en manos de aquella mujer maravillosa por quien tuve dos providencias en mi vida: la del cielo y la de la tierra. Hago mías las palabras del poeta: “Dios, que me ve que sin mujer no atino / ni en lo pequeño ni en lo grande, diome / de ángel guardián un ángel femenino”. Ahora, solo y mi alma -o la mitad de ella-, soy yo quien debe tomar las decisiones. Y el sábado tenía que decidir entre escuchar una de mis óperas predilectas o ver un importante juego de beisbol, mi deporte favorito. Opté por lo primero, la ópera. ¡Qué afortunada decisión! En el paraninfo del gloriosísimo Ateneo Fuente tuvo lugar la representación de “El barbero”. Elegante y muy bella es esa sala. Lleva el nombre del doctor Dionisio García Fuentes, maestro saltillense nutrido en la ideas de Comte. Prohibió que en su tumba se pusiera algún signo religioso, y así su lápida ostenta una palabra sola: “Positivismo”. El recinto que honra al ilustre filósofo está decorado por murales de Salvador Tarazona con figuras de las ciencias y las humanidades, cultivadas desde 1867 en ese prestigioso plantel del cual fui alumno, maestro y finalmente director. Gran noche operística fue aquélla. Actuó la Compañía de Ópera de Saltillo, creada por el alcalde de mi ciudad, el ingeniero José María Fraustro Siller, cuya administración ha dado tantos y tan buenos frutos a la comunidad donde vivo. El Instituto Municipal de Cultura está a cargo de una dama inteligente y laboriosa, Leticia Rodarte, a quien no dudo en calificar de la mejor promotora cultural que ha tenido la capital coahuilense. Fue un deleite ver y oír la obra de Rossini en las voces de extraordinarios cantantes, con un magnífico acompañamiento orquestal, una producción de elevada calidad y una excelente dirección escénica que a la buena música añadió las cualidades del buen teatro. Quienes tuvimos la fortuna de asistir a la función gozamos a plenitud esa gozosa noche de ópera, y puestos en pie aplaudimos largamente a quienes con su talento y su dedicación al arte lírico han añadido un timbre más de orgullo a la fama que Saltillo tiene en el país, de ciudad culta. Enhorabuena. Ah, y la Serie Mundial sigue... Lord Hubert Hunt, osado cazador, les relataba a sus amigos un extraño suceso que le aconteció en su safari para cazar el león de melena negra en África. Narró: “Mi instinto venatorio me dijo que la fiera andaba cerca. Con el cañón de mi rifle Magnum aparté los arbustos. Efectivamente, ahí estaba el león. Me hizo en plena cara: ‘¡Ptrrrr!’”. “Perdone usted, amigo mío -acotó uno de sus oyentes-. Los leones no hacen: ‘¡Ptrrrr!’. Hacen: ‘¡Grrrr!’”.  Replicó lord Hubert: “Éste se hallaba de espaldas”... FIN.