¿Qué pensarán los locos?

A la salida de un evento del Xantolo, las máscaras y los colores naranjas danzaban en la Plaza del Carmen invitando a la muerte a unirse a la vida. La gente se congregaba alrededor de una decena de personas que, ataviados conforme a las festividades huastecas, veían aquellos bailes alegres que nadie, más que un mexicano, puede entender; porque fuera de nosotros, esa mezcla de dolor por la ausencia permanente y el jolgorio por el regreso de los muertos,  es difícil de entender. 

Acercándose despacio al grupo que veía las danzas, estaba un hombre de aspecto descuidadísimo, ropas mugrosas, cabello que hace años no ha conocido el jabón y una mente que hace mucho ya no habita entre nosotros. Empujaba un carrito de supermercado abarrotado con cualquier cantidad de cosas, entre ellas, un popote de foamy, de esos que sirven en las clases de natación para aprender a flotar. El hombre ha de haber tenido poco más de cincuenta años, pero su aspecto le hacía ver mucho mayor. Él también se acercó a la música y comenzó a ver las danzas. Primero, empezó a mover la cabeza al ritmo, luego, un pie,  después el otro y alzó las manos. Comenzó a bailar, primero al margen de círculo que formaban los concurrentes. Luego, el tono de huapangos comenzó a acelerarse y también los bailes del hombre. Tomó de su carrito el popote de plástico y comenzó a imitar los pasos de los danzantes, que con una especie de látigo daban azotes contra el suelo. El hombre, de manera muy natural se integró al grupo, hasta parecer uno más de ellos. Cualquiera que no pusiera atención podría incluso confundirlo con un miembro más de la comparsa. Lo único que quizá lo delataba, era que, de vez en vez, volteaba a checar su carrito. 

Al finalizar el baile la gente aplaudió y todos los danzantes, incluido el hombre, se inclinaron para dar las gracias. Su cara dibujaba una sonrisa de satisfacción que sí podía verse, a diferencia de los rostros de aquellos que bailaron con máscaras. Luego, se acercó a cada uno de los miembros de la comparsa y les tendió la mano, en señal de agradecimiento y reconocimiento y recibió una docena de saludos. Luego, tomó su popote, lo metió en su carrito y se fue todavía bailando.  Hasta entonces me di cuenta de que otro hombre, en iguales circunstancias, pero que parecía más joven, formaba también parte del círculo de espectadores y que aplaudía de manera entusiasta, siguiendo al dueño del carrito.

¿Qué pensarán los locos al vernos? ¿qué creerán cuando nos ven pelearnos, gritar en medio del tráfico? ¿qué pensarán al vernos dejándonos llevar entre la vida y la muerte?

¿Quiénes son los verdaderos locos?